jueves, 3 de enero de 2008

~El instante eterno~ (Henri Cartier-Bresson)


Henri Cartier-Bresson (22 de agosto 1908 - 2 de agosto 2004) fue un célebre fotógrafo francés considerado por muchos el padre del fotorreportaje.
Después de terminar sus estudios de pintura en 1927-1928 a cargo de André Lhote à Montparnasse y de frecuentar los círculos surrealistas parisinos, decidió dedicarse a la fotografía. A sus 23 años, en Costa de Marfil, recogió sus primeras instantáneas con una Krauss de segunda mano. Publicó su reportaje el año siguiente(1931). De regreso a Francia, en Marsella, adquirió una cámara Leica, la cual quedaría asociada con su persona. En 1947, él cofunda junto a Robert Capa, David Seymour y George Rodger la agencia Magnum y a través de sus viajes por el mundo definiría la fotografía humanista: visitó Africa, México, y los Estados Unidos. En 1936 realizó un documental sobre los hospitales de España republicana y se convertiría más tarde en el asistente del cineasta Jean Renoir.
A lo largo de su carrera, tuvo la oportunidad de retratar a personajes de la talla de Pablo Picasso, Henri Matisse, Marie Curie, Edith Piaf, Fidel Castro y Ernesto Guevara. También cubrió importantes eventos, como la muerte de Gandhi, la Guerra Civil Española o la entrada triunfal de Mao Zedong a Pekín. Cartier-Bresson fue el primer periodista occidental que pudo visitar la Unión Soviética tras la muerte de José Stalin.
Junto a su esposa, la también fotógrafa Martine Frank, creó en el año 2000 una fundación encargada de reunir sus mejores obras. Falleció el 2 de agosto de 2004 en Cereste, al suroeste de Francia.
El reportaje

Siempre tuvo una idea clara, que era la de atrapar el instante decisivo, versión traducida de sus "images a la sauvette", que vienen a significar con más precisión "imágenes a hurtadillas". Se trataba, pues, de poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo momento en el que se desarrolla el clímax de una acción.
Para Cartier-Bresson, el reportaje fotográgico consiste en una única foto cuya forma tenga el suficiente rigor y riqueza, y cuyo contenido tenga la suficiente resonancia. Pero es difícil de conseguir esto. “Los elementos del tema que hacen saltar la chispa son a menudo dispersos”, dice el fotógrafo. Defiende que uno no tiene el derecho de juntarlos a la fuerza, porque ponerlos en escena sería falsearlos. De ahí la importancia del reportaje, la página reunirá esos elementos complementarios repartidos en varias fotos.
Él nunca se había sentido un periodista, sino un ciudadano que toma notas, que utiliza las fotografías como otro llenaría cuadernos de palabras.
“El momento decisivo”, es la característica principal de su obra. Pero ese momento decisivo no ocurre de manera fortuita y aleatoria. Hay todo un ejercicio por detrás, una trayectoria en la que establece determinadas relaciones de forma y fondo a través de la cámara, da relieve a uno u otro sujeto y extrae la mayor intensidad a una escena.
Henri Cartier-Bresson fue muy pronto acusado de academicismo y le reprocharon su frialdad a la vista de su preocupación formal. Para él es más importante la relación entre formas que la luz, dice que el equilibrio de volúmenes lo es todo. Pero todo es más complejo. Para Cartier-Bresson, la fotografía es “el reconocimiento simultáneo, en una fracción de segundo, por una parte del significado de un hecho y, y de otra, de la organización rigurosa de las formas captadas visualmente y que expresan ese hecho”. Es decir, que para hacer una fotografía hay que estar en el lugar para comprender lo que pasa, y al mismo tiempo, no hay que dejar que lo anecdótico haga perder ese ojo educado, la capacidad para organizar el espacio de acuerdo con lo que hay que expresar. Esto es el “instante decisivo”.
Cartier-Bresson recorrió Europa y América, Occidente y Oriente, y se convirtió en un intérprete sensible del Japón y la India contemporáneos. Su obra revela importantes contrastes, pero también la curiosidad y el respeto por distintas formas de vivir y de ver el mundo. Para muchos, es el fotógrafo más importante de este siglo, el hombre que enseño a sus contemporáneos a mirar a través de una cámara. Es uno de los nombres fundamentales de la historia de la fotografía del último siglo y fue pionero del fotoperiodismo moderno.

Crítica fotográfica

Debido a la espontaneidad con la que Cartier-Bresson trabajaba, en algunas fotografías hay “errores”. Por ejemplo, en Las provisiones del domingo a la mañana, aparece, por el borde inferior de la foto, el pie cortado del niño que lleva en sus manos las botellas de vino.




Sin embargo, la expresión del muchacho, llena de gozo por ser el encargado de llevar la bebida a casa es única. Aquí es cuando nos podemos preguntar, ¿qué es preferible: una foto formalemente bien hecha o una fotografía con fuerza? Realmente, yo preferiría poder alcanzar este “poder” de Henri Cartier-Bresson de lograr las expresiones y momentos más inesperados y espontáneos; que más tarde, no podrán repetirse, ya que si se intentara reconstruir la escena fotografiada, sería “falsa”, sería un modelo del original.



La siguiente fotografía es igualmente espontanea por la imagen de la persona andando en bicicleta, que pasa fugaz por delante del objetivo; y sin embargo, parece que utiliza las reglas dela composición. Las escaleras de caracol, junto con la acera y la carretera que forman una curva cumplen la norma de las líneas, en este caso curvas. Que, tal vez por ella, el ojo se nos centra en la persona y nos da la sensación de ésta también está curvada. A más de uno nos gustaría saber qué es lo que pasó para que lograra tal fotografía. ¿Debió de verla antes de que pasara?



Es muy fácil de ver lo especial de esta foto, pero meva a ser más difícil explicar lo que veo en ella, a pesar de ser tan visible. En primer lugar, Cartier-Bresson hizo una instantánea en el momento justo en el que dos mujeres mayores pasaban por debajo de una terraza con dos estatuas de dos mujeres, creando así una simetría y un paralelismo. Es cierto que podría sobrar parte de la imagen izquierda, ya que esa parte de la casa no nos dice nada, pero una de las características de este fotógrafo era no retocar el revelado, ni tan siquiera cortarlo; él sólo plasmaba el momento justo de una escena espontánea en la vida cotidiana de la sociedad. Otro elemento que se puede apreciar en la fotografía es el contraste de color que crean las dos puertas que están al lado de las dos señoras. Quién diría que no está preparado.



Esta fotografía de Henri cartier-Bresson es bastante conocida, y no me extraña. Ha lo grado, no se sabe cómo, captar el momento justo en el que una persona va corriendo sobre el agua, después de pasar por una escalera, y hace mágico el instante, ya que parece que la persona está volando. ¡El ser humano ha conseguido uno de sus objetivos, volar! Por lo menos, así lo parece y así ocurrió. No es una foto trucada ni nada por el estilo, simplemente un golpe de suerte, si se puede decir así. Parece ser que las personas podemos hacer cosas increíbles delante de una cámara, ya que ésta capta momentos que de otra manera no significarían nada. Por otro lado, se está utilizando la regla de los tercios, ya que la persona está colocada en uno de esos puntos importantes de la fotografía.



En la siguiente fotografía Cartier-Bresson utiliza la regla de las líneas, por la que éstas nos guían hacia el punto importante de la foto. En este caso, viene desde el fondo y nos lleva hasta el primer plano de la imagen, en la que surge un contraste entre los soldados y una niña que aparece entre ellos. Se puede comprobar que corta a un soldado en el primer plano y parte de la bandera, de ahí que no esté plasmada la regla del encuadre.



A mi parecer, esta fotografía del señor con su capa en medio de una paseo está bastante lograda. Digo lograda no con ánimo de menospreciar las anteriores, sino porque utiliza muy bien la regla de las líneas centrando al hombre dentro del paseo, y a su vez está cumpliendo con la regla de los tercios, ya que el hombre están en el punto inferior derecha, lo que se consigue así un efecto extraño, como si no estuviera centrada la fotografía, pero estando el tema muy bien colocado, el hombre realmente está en el medio de las hileras de árboles.



Las dos siguientes fotografíaslas he querido poner en e blog más que nada porque me gustan por lo que me transmiten; a mí me resultan muy tiernas, pero a otras personas les puede hacer sentir otra emoción o no hacerles sentir nada, a gusto de consumidor. Pero eso es algo que me entusiasma, el poder plasmar para la posteridad momentos tan significativos, no para la humanidad, sino para las personas que salen en las fotos o para las que sienten algo al verlas. Transmitir sensaciones que además se captan casi por casualidad me parece un verdadero logro y un gran Arte.
La primera pareja con el perro debajo de la mesa, me parece que está muy bien construida, ya que a pesar de que no se utiliza la regla de los tercios, si encuentro en ella una simetría: en la pareja en sí y en ésta con el perro. Además, los tres están curvados hacia delante, lo que me parece muy curioso y gracioso por parte del perro. Entre los tres están formando un “triángulo amoroso”, y parece crearse un círculo con las tres formas, crean una figura redonda. Por otra parte, y como he aprendido con este fotógrafo, es que el encuadre no le importa tanto, ya que en esta foto le faltan los pies al hombre y parte de la espalda a la mujer, pero sí hay que procurar mantener un equilibrio entre las formas, como logra con esta fotografía.



De esta última fotografía digo lo mismo que de la anterior, aunque también de muchas otras de Henri Cartier-Bresson: a mi entender al fotógrafo le importaba más captar las experiencias humanas que conseguir una fotografía bien encuadrada o formalmente perfecta. Lo redondo era lo que transmitía, un flujo que corre desde la imagen hasta el interior de la persona que la ve; incluso dentro de la fotogradía misma. En esta foto, la pareja acurrucada está bien colocada en uno de los puntos de los tercios, y a pesar de cortarle las piernas a ambas personas, no le quita esa intimidad que hay entre ellos, de hecho, la logra transmitir de tal manera que ni un mago sacando su conejo del sombrero lograría mejor hazaña.

lunes, 31 de diciembre de 2007

~Ilustra un artículo II : ¿Piensan los jóvenes?~

Autor: Jaime Nubiola
Profesor de FilosofíaUniversidad de Navarra
Fecha: 20 de noviembre de 2007
Publicado en: La Gaceta de los Negocios (Madrid)
"La impresión prácticamente unánime de quienes convivimos a diario con jóvenes es que, en su mayor parte, han renunciado a pensar por su cuenta y riesgo. Por este motivo aspiro a que mis clases sean una invitación a pensar, aunque no siempre lo consiga. En este sentido, adopté hace algunos años como lema de mis cursos unas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo de sus Philosophical Investigations en las que afirmaba que "no querría con mi libro ahorrarles a otros el pensar, sino, si fuera posible, estimularles a tener pensamientos propios". Con toda seguridad este es el permanente ideal de todos los que nos dedicamos a la enseñanza, al menos en los niveles superiores. Sin embargo, la experiencia habitual nos muestra que la mayor parte de los jóvenes no desea tener pensamientos propios, porque están persuadidos de que eso genera problemas. "Quien piensa se raya" -dicen en su jerga-, o al menos corre el peligro de rayarse y, por consiguiente, de distanciarse de los demás. Muchos recuerdan incluso que en las ocasiones en que se propusieron pensar experimentaron el sufrimiento o la soledad y están ahora escarmentados. No merece la pena pensar -vienen a decir- si requiere tanto esfuerzo, causa angustia y, a fin de cuentas, separa de los demás. Más vale vivir al día, divertirse lo que uno pueda y ya está. En consonancia con esta actitud, el estilo de vida juvenil es notoriamente superficial y efímero; es enemigo de todo compromiso. Los jóvenes no quieren pensar porque el pensamiento -por ejemplo, sobre las graves injusticias que atraviesan nuestra cultura- exige siempre una respuesta personal, un compromiso que sólo en contadas ocasiones están dispuestos a asumir. No queda ya ni rastro de aquellos ingenuos ideales de la revolución sesentayochista de sus padres y de los mayores de cincuenta años. "Ni quiero una chaqueta para toda la vida -escribía una valiosa estudiante de Comunicación en su blog- ni quiero un mueble para toda la vida, ni nada para toda la vida. Ahora mismo decir toda la vida me parece decir demasiado. Si esto sólo me pasa a mí, el problema es mío. Pero si este es un sentimiento generalizado tenemos un nuevo problema en la sociedad que se refleja en cada una de nuestras acciones. No queremos compromiso con absolutamente nada. Consumimos relaciones de calada en calada, decimos "te quiero" demasiado rápido: la primera discusión y enseguida la relación ha terminado. Nos da miedo comprometernos, nos da miedo la responsabilidad de tener que cuidar a alguien de por vida, por no hablar de querer para toda la vida". El temor al compromiso de toda una generación que se refugia en la superficialidad, me parece algo tremendamente peligroso. No puede menos que venir a la memoria el lúcido análisis de Hannah Arendt sobre el mal. En una carta de marzo de 1952 a su maestro Karl Jaspers escribía que "el mal radical tiene que ver de alguna manera con el hacer que los seres humanos sean superfluos en cuanto seres humanos". Esto sucede -explicaba Arendt- cuando queda eliminada toda espontaneidad, cuando los individuos concretos y su capacidad creativa de pensar resultan superfluos. Superficialidad y superfluidad -añado yo- vienen a ser en última instancia lo mismo: quienes desean vivir sólo superficialmente acaban llevando una vida del todo superflua, una vida que está de más y que, por eso mismo, resulta a la larga nociva, insatisfactoria e inhumana.De hecho, puede decirse sin cargar para nada las tintas que la mayoría de los universitarios de hoy en día se consideran realmente superfluos tanto en el ámbito intelectual como en un nivel más personal. No piensan que su papel trascienda mucho más allá de lograr unos grados académicos para perpetuar quizás el estatus social de sus progenitores. No les interesa la política, ni leen los periódicos salvo las crónicas deportivas, los anuncios de espectáculos y algunos cotilleos. Pensar es peligroso, dicen, y se conforman con divertirse. Comprometerse es arriesgado y se conforman en lo afectivo con las relaciones líquidas de las que con tanto éxito ha escrito Zygmunt Bauman.Resulta muy peligroso -para cada uno y para la sociedad en general- que la gente joven en su conjunto haya renunciado puerilmente a pensar. El que toda una generación no tenga apenas interés alguno en las cuestiones centrales del bien común, de la justicia, de la paz social, es muy alarmante. No pensar es realmente peligroso, porque al final son las modas y las corrientes de opinión difundidas por los medios de comunicación las que acaban moldeando el estilo de vida de toda una generación hasta sus menores entresijos. Sabemos bien que si la libertad no se ejerce día a día, el camino del pensamiento acaba siendo invadido por la selva, la sinrazón de los poderosos y las tendencias dominantes en boga.Pero, ¿qué puede hacerse? Los profesores sabemos bien que no puede obligarse a nadie a pensar, que nada ni nadie puede sustituir esa íntima actividad del espíritu humano que tiene tanto de aventura personal. Lo que sí podemos hacer siempre es empeñarnos en dar ejemplo, en estimular a nuestros alumnos -como aspiraba Wittgenstein- a tener pensamientos propios. Podremos hacerlo a menudo a través de nuestra escucha paciente y, en algunos casos, invitándoles a escribir. No se trata de malgastar nuestra enseñanza lamentándonos de la situación de la juventud actual, sino que más bien hay que hacerse joven para llegar a comprenderles y poder establecer así un puente afectivo que les estimule a pensar."












miércoles, 19 de diciembre de 2007

~Retratos~


María Rosa González, mi compañera de piso, triste.


Mª Rosa alegre.



Mª Rosa indiferente.


Isabel Sumelzo, estudiante de Periodismo de la Universidad de Navarra.



Isabel, empleada en el servicio de admisión de la Universidad de Navarra.


Isabel, actriz aficionada que participa en grupos de teatro universitarios.

Isabel Sumelzo Pujol es estudiante de Periodismo, en sus ratos libres colabora con Diario de Navarra haciendo reportajes para los suplementos y también trabaja en una revista de empresas navarras para conseguir algo más de dinerillo. En su tiempo libre se dedica al teatro en varios grupos de la Universidad. "Porque me gusta mucho actuar y me lo paso bien con la gente", dice. Además también hace cursos por internet de flash o de photoshop porque le gusta saber utilizar ese tipo de programas de diseño. Junto con todo, Isabel trabaja, desde noviembre y cuatro horas a la semana, en el servicio de admisión de la Universidad de Navarra.

¿Por qué decidió trabajar?
Porque este año tenía mucho tiempo libre y además ganaba algo de dinero y así no tengo que estar pidiendo siempre a mis padres.

¿Ha trabajado antes en un lugar parecido?
Nunca había trabajado antes en un centro de llamadas y tampoco informando a gente, como hago en el servicio de admisión de la Universidad.

¿Cómo se enteró de que podía trabajar allí?
Por la bolsa de trabajo de la Universidad que recibo en el mail, bueno, ahora ha cambiado y en vez de que las ofertas lleguen por mail se publican en una página web.

¿Por qué allí y no otro sitio?
Decidí coger ese trabajo porque no suponía mucho esfuerzo, podía elegir el horario y era dentro de la Universidad, por lo que si algún día no puedo ir por un examen o una clase obligatoria, lo entienden más que si trabajara en otro lado.

¿Qué tareas desempeña?
Recibo llamadas de gente que se quiere informar para entrar en la Universidad y paso recados a los encargados de las diferentes áreas de la Universidad como puede ser la admisión de alumnos internacionales o las visitas de colegios a las facultades.

¿Hay algo que no le guste del trabajo?
Algunas de las personas que llaman no se dejan informar bien o no te tratan bien cuando les hablas.

¿Algo que le guste?
Me gusta cuando le resuelvo bien las dudas a alguien y me da las gracias.

Y, ¿alguna vez ha tenido que aguantar alguna discusión con algún "cliente"?
Sí, una vez un señor decía que había una fecha concreta en la que se darían los resultados de los exámenes de admisión, cuando en realidad no lo hay y no hubo manera de que me creyera.

¿En qué época está más atareada?
Después de los exámenes de admisión (en febrero y junio), porque es cuando llaman más los padres para saber cuando darán los resultados.

Seguro que tiene alguna anéctoda interesante que contar...
El trabajo consiste en coger el teléfono y pasar llamadas a otras extensiones. El primer día que cogí el teléfono le colgué a un pobre señor inglés (al que ni siquiera entendía qué quería) cuatro veces hasta que no sé si conseguí pasarle bien a la extensión que necesitaba o él se cansó de llamar y decidió esperar a que la telefonista patosa se fuera de su puesto.

¿Alguna vez ha pensado en dejar de trabajar?
No, porque está muy bien. Mientras estás en la oficina puedes estar en internet, estudiando o haciendo otros trabajos. Muchos días ni llaman por lo que puedo estar haciendo cosas de la carrera que podría hacer en casa sin cobrar.

Y cambiando de tema, parece ser que en sus ratos libres se entretiene actuando...
Sí, practico teatro desde pequeña porque en mi colegio había clases, luego en el grupo de catequesis también hicimos un grupillo y actuábamos en festivales benéficos.
Cuando llegué a la Universidad el primer año no hice porque pensé que me quitaría mucho tiempo pero cuando ví que no era tanto, en segundo me metí dentro del grupo GABOT, así que llevo cuatro años haciendo teatro universitario.

Eso es bastante tiempo, ¿en qué grupos ha estado?
He estado en tres. Empecé en GABOT, pero el año pasado me pidieron que ayudara en el grupo de Larraona (porque ahí no tienen chicas), por lo que no participé en la obra que preparaba mi grupo, bueno,... hice de público que se levanta y grita un frase, pero la verdad es que no sé si eso se puede considerar ser parte de una obra. Este año he participado en el musical Mary Poppins que preparaba el grupo Mutis por el Foro, porque el director es mi amigo y me pidió el favor que yo hice encantada.

Y, ¿piensa dedicarse al teatro?
No, porque aunque me gusta muchísimo y pienso seguir actuando después de la universidad, yo nunca me he planteado ser actriz. Estudio periodismo y es a lo que me quiero dedicar. El teatro me ayuda para saber manejarme delante de un micrófono o de una cámara sin vergüenza, así como a saber improvisar cuando las cosas no salen tal y como estaban planeadas.

¿Ha habido alguna que no le haya gustado?
La que menos te ha gustado: creo que todas me han gustado muchísimo, porque si decides hacer una obra es porque te gusta. Después de miles de ensayos, le coges tanto cariño al personaje que es casi imposible no disfrutar en escena. Tal vez en la que peor lo pasé fue en una que hice de pequeña en la que hacía de duende atrapado en una torre. Uno de los personajes tenía que lanzar una pelota dentro de la ventana en la que yo estaba pero al tirarla destrozó la ventana por lo que pasé toda la obra con los brazos en alto sujetando la ventana. Fue la obra más larga de mi vida.

Y, ¿cuáles son las obras con las que más ha disfrutado?
He disfrutado con todas: desde hacer de muerta que cae de un armario cuando abren la puerta hasta cantar haciendo de la Señora Banks en "Mary Poppins", pero creo que el personaje que más me ha gustado es el de Penny Sycamore en "Vive como quieras". Se trataba de una señora que vivía en su mundo y era muy divertido hacer de ella. Además salía muy poco de escena por lo que tuve que aprender a estar mucho tiempo en el escenario aunque no dijera nada, cosa que me parece muy difícil porque tienes que saber aguantar en escena sin parecer un bulto pero sin quitar protagonismo a la persona que está hablando.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

~Claudia y Francesco~

A principios del año 1800, empezó a extenderse por la bella ciudad de Venecia el rumor de que en aquellos próximos días se había acontecido un asesinato. La preciosa Claudia Chiavari, hija de un renombrado hombre de guerras, murió de forma misteriosa.


Claudia vivía con su padre viudo en un ‘palazzo’, cerca del centro neurálgico de la ciudad. Junto con ellos, estaba la criada escocesa, Shannon. Ella fue lo más próximo a una madre que tuvo. La rutina le cansaba a la joven Claudia, todo el día estudiando pintura, música y costura. Los pocos momentos divertidos que pasaba eran con Shannon, que le contaba historias de su país, tan desconocido y exótico para Claudia.

Claudia iba a cumplir veinte años y toda Venecia se impacientó al saber que se acercaba una de las celebraciones más agradables del año. La mansión de los Chiavari se vistió de fiesta con gran entusiasmo y el padre tenía una gran sorpresa preparada para Claudia.


Llegó el día esperado por todas las personas de la alta sociedad veneciana y los canales próximos al ‘palazzo’ y la entrada de éste se abarrotaron de barcas y de gente que esperaba a entrar. Cuando todos los nobles entraron en la mansión ornamentada con telas color dorado, entrelazadas con otras de color verde esmeralda, dio comienzo el festejo. Los bailes y los juegos mantenían ocupada a la gente, que reía como contagiada por un virus que sólo aparecía en aquel sitio y en aquel día.

Claudia bailaba con los caballeros que la pretendían, pero no era momento para elegir marido. Algo de lo que su padre no estaba de acuerdo. De repente, un hombre de tez morena y con el pelo tan oscuro como el ébano se chocó contra Claudia. Ese hombre corpulento le miró a los ojos marrones de la joven italiana durante unos segundos, que parecieron minutos, y después se disculpó.



-¿Me permite, como compensación a mi torpeza, este baile? –dijo el muchacho.
-Claro, con tal de que no me vuelva a pisar. –sonrió Claudia.

Claudia no había visto nunca a ese hombre, era un extraño para ella, pero aún así, fue con el que más cómoda estuvo. Mientras los pies de la pareja no dejaban de dar pasos y de realizar vueltas en el mármol como si tuvieran vida propia, la otra parte de ellos, la cabeza, estaba muy lejos de aquel lugar. No dejaron de mirarse durante el tiempo que estuvieron bailando y como por arte de magia, no les hacía falta observar su alrededor para ver por dónde marcaban los pasos. En el primer momento en el que sus manos se unieron, sincronizaron, como si hubieran ensayado juntos antes. De pronto, a mitad de la canción el padre de Claudia les interrumpió. Sin soltarse las manos el padre le entregó el regalo de cumpleaños que tanto había esperado.

-Hija mía, éste es el barón Guy de Montague, tu futuro marido.



Claudia logró esconder su furia, nadie de los allí presentes supo lo que estaba sintiendo en aquel momento. No quería casarse, y menos con aquel extranjero francés. Era un hombre rico, eso se veía a simple vista, pero ella no quería eso en su marido. Ella prefería… un momento en el que con una sola mirada se pudiera expresar el amor que sentían el uno para el otro, un abrazo que durara eternamente y que demostrara la pasión que residía en sus corazones… Claudia no tuvo otra opción que deslizar su mano por la de su anónimo compañero y tomar la de aquel extranjero inoportuno. Su baile era muy brusco, no podía imaginarse cuánto lo sería como esposo. Pasaron unos minutos antes de que terminara la canción, minutos en los que Claudia empezó a sudar por las manos. Se sentía agradecida por su padre, por querer buscarle un gran futuro, pero su orgullo sobrepasaba todo aquello y se sintió más ofendida que agraciada. Después de todo, de tanto hablar con su querido padre, él no la conocía, no tuvo en cuenta sus deseos.

La joven empezó a sentirse mareada de tanta vuelta que le había hecho dar el barón. Así que, sin dar por finalizada la fiesta, Claudia acudió a Shannon y, con la ayuda de ésta, fueron a su habitación. La criada sabía perfectamente lo que había ocurrido en la sala del baile, pero más aún, conocía lo que Claudia estaba pensando. Después de que la joven se recostara en la cama, Shannon la dejó sola. Estaba a punto de dormirse cuando de repente alguien la puerta de su habitación. ¡Era él! ¡El hombre misterioso del pisotón! Pero Claudia no se enfadó, le dejó entrar. Se levantó de la cama, pero lo hizo tan rápido que se volvió a marear. Hubiera caído al suelo de no ser por él. La mantuvo sobre sus brazos durante un rato y ella, cayendo en sus ojos oscuros y profundos, le preguntó su nombre. Era un simple soldado, familiar de una belleza que se encontraba por aquella fiesta. Se llamaba Francesco Donati.

Pasaron las horas y seguían juntos. Él le habló con tanta pasión de las cosas que le habían pasado cuando estuvo en batalla, que ella no podía dejar de mirar sus labios, que expulsaban palabras melódicas que la hipnotizaban. Cuando desvió sus ojos hacia las manos de Francesco, se dio cuenta de las marcas que tenía por todo el brazo. Instintivamente le rozó la piel, se dio cuenta de lo que había hecho y se disculpó.

-¡Ay! Lo siento mucho, no quería tocarte.
-No ha sido nada, en serio.
-Claro que sí, no deberíamos estar aquí solos.
-No lo estamos. –dijo Francesco curvando una ceja.
-¿Cómo dices? –no comprendió.
-Le he dicho a tu criada cuando salía que cuidara de que nadie nos interrumpiera. Ella sabe que no te voy a hacer nada.
-No llego a comprender por qué me ha dejado con un completo desconocido… ¡y en mi habitación! –estaba apunto de abrir la puerta cunado él le interrumpió.
-Porque no soy un desconocido. Soy su sobrino.

Claudia no pudo aguantar la risa. Se volvió a disculpar por lo grosera que había resultado ser.

-No te preocupes, -dijo Francesco- se puede arreglar fácilmente.
-¿Cómo? –le preguntó intrigada.
-Para compensar tu torpeza, me tiene que conceder un baile.
Ella se rió.
-Claro, con tal de que no me vuelvas a pisar. –le sonrió.

Bailaron durante un largo rato con la música del salón de baile que se escuchaba desde la habitación. De pronto, no existía nada más que ellos dos. Y para cuando Claudia se dio cuenta, ya era tarde. No podía resistir marcharse, pero tenía que alejarse de él. Se acababa de acordar del otro hombre que estaba en el baile, esperando a que ella se repusiera.

-Lo siento otra vez, pero tienes que irte. No deberíamos estar aquí solos. Y yo tengo que ir con mi padre. –le empujaba con suavidad hacia la puerta.
-No, no me puedes echar de esta manera.
-Lo siento, te despediría con más cortesía, pero se me ha pasado el tiempo y tengo que volver a la fiesta.
-Y también tienes que volver con él… -dijo furioso.
-¿Qué quieres decir? –le miró sorprendida.
-¡Lo que quiero decir es que te vas a casar con un hombre, que te duplica la edad, sólo por dinero!
-Eso no es cierto. Ha sido mi padre el que lo ha decidido así. –dijo enfrentándose a él.
-Claro, y tú lo aceptas sin tan siquiera arriesgarte.
-¿Pero a ti qué más te da? –volvió a la realidad.- ¡No eres nadie, te acabo de conocer y ya intentas cambiar mi vida!
-Lo sé, no soy nadie, sólo soy el familiar de una criada que nunca tendrá tanto futuro como ese francés.
-No quería decir eso.
-Lo sé –le interrumpe.- Pero me enfurece conocerte, atisbar cómo eres, enamorarme de ti y tener que dejarte escapar porque, ¿quién soy yo en comparación con ese tal Guy? Me de esta manera lo único que haces es forzarme a rendirme sin tan siquiera…
-¿Enamorado? –le interrumpió Claudia mirándole con ojos brillantes.
-Sí, pero olvídalo, es una tontería…
-No, no lo es. Pero si no me conoces más que de estas horas que hemos pasado juntos. –dijo sorprendida, pero atraída.
-¿Y no basta con unas horas para saber con quién quieres estar el resto de tu vida? –hubo unos segundos de silencio.- Realmente, te conozco más de lo que crees. Olvidas quién es tu criada.
-¿Te ha contado cosas de mí? –preguntó con los ojos bien abiertos, como si estuviese en un trance.
-No sólo a mí, ella también te ha contado cosas sobre mí, pero no habías caído en que…
-¡Tú eres el pequeño Fran! –le interrumpió otra vez.
-Sí –se alegró de que le identificara.

Hubo otro largo espacio de tiempo en el que no se dijeron nada. La música se escuchaba de fondo. Claudia se acercó a él, con postura para bailar. Se unieron sin dejar de posar sus miradas en el otro. No dejaron casi espacio entre ellos. Ella posó su cabeza sobre el pecho del joven mientras se balanceaban al ritmo de la melodía. Sintió que tenía que mirarle, quería volver a perderse en esos ojos tan sinceros. Levantó la cabeza sin dejar de apoyarse contra él. Francesco sintió una ráfaga de frío por su cuerpo que le heló la sangre. De súbito, puso su mano en la espalda e inclinándola levemente hacia atrás, la besó. Ambos se fundieron, les ardía el pecho.


De repente el barón Guy de Montague empujó la puerta y la abrió de un portazo. Shannon no estaba en su puesto. El noble se dirigió hacia Claudia y le aferró del brazo para sacarla del cuarto. No miró al amante. El barón le arrastró por el pasillo hasta llegar a las escaleras principales. Y le susurró al oído con brusquedad: “No quiero que vuelvas a ver a ese plebeyo”. Bajaron la escalinata como si nada hubiera pasado. El padre de Claudia fue hacia la pareja con una sonrisa que le abarcaba toda la cara. Tenían que cerrar la fiesta con el último baile. Se pusieron en el centro de la sala, rodeados de las demás parejas. A lo lejos, Francesco les observaba. Sabía que Claudia acababa de ser encadenada, y no sabía qué hacer.

Cuando terminó la danza, Claudia se apartó de aquel hombre. Quería que nunca más le volviera a tocar, sólo su presencia la envenenaba. Cuando la sala se quedó vacía, Claudia se dirigió hacia Shannon, que se disculpó por no haber estado todo el rato vigilando la habitación. Pero para Claudia aquello era lo de menos. De repente le brotaron lágrimas que empaparon su cara blanca. Shannon se las iba a limpiar cuando apareció Francesco. Éste cogió el pañuelo de su tía y le secó las gotas a su amada. Esa fue la última vez que se vieron. Prometieron volver a verse aquella noche, después de arreglar las cosas con su padre, pero el destino es más oscuro.

Shannon se llevó a su ama a la habitación y Francesco salió a la calle. Allí fuera se encontró con Guy de Montague. El joven vio las intenciones del barón, así que desenvainó la espada. Guy retrocedió de un brinco. Tenía miedo, Francesco lo olía. Pero Guy no quería luchar. Simplemente se dedicó a informarle de que había mantenido una conversación con el padre de Claudia, y que nunca iba a permitir una unión entre ellos dos, así que ya podía hacer el viaje de vuelta a su casa. Pero Francesco no le creyó, e hizo bien. Conocía lo suficiente del señor de su tía como para saber que nunca haría algo que le hiciera sufrir a su hija. El joven dejó que el noble pensara que se lo había creído, y se marchó, esperando la hora de volver a ver a Claudia.

Mientras tanto, Guy de Montague subió a la habitación de su prometida y echó a la criada. Claudia se sobresaltó. No quería volver a verle. Intentó de manera amable que se fuera; el barón no tendría fuerza como para luchar contra Francesco, pero sí para obligar a Claudia a estarse quieta. Éste le comenzó a decir que había estado con su amante, y que en realidad no le quería.

-¿Qué está diciendo? No confío en ti, no sé cómo puede pensar en que voy a creerle.
-Pues créame dulce dama. El dinero es más poderoso que el amor.
-¡No! ¡Él nunca aceptaría su dinero!
-¿Cómo puede estar tan segura? Sólo le conoce desde hace unas horas…

Claudia no podía creerlo. Giró bruscamente su cabeza y miró fijamente al suelo. Estaba furiosa. No quería creer que había sido traicionada, no quería pensar en que se tendría que casar con aquel hombre aborrecible. Volvió a levantar la cara hacia él. Francesco le había dicho que no se tenía que rendir, y menos por algo que quería; y ella quería a Francesco. Se acercó corriendo hacia el barón, que estaba al lado de la ventana y le empujó con todas sus fuerzas, pero no pudo ni echarle un paso hacia atrás. Tenía que descargar su furia de alguna manera. E hizo mal en dejar que sus impulsos la guiaran. El barón enrojeció de la ira que había logrado acumular durante aquella noche y le empujó a Claudia, que cayó por la ventana que estaba abierta.

No hubo grito. Sólo se oyó el agua del canal. Guy de Montague corrió escaleras abajo y salió al lateral de la mansión. Se dirigió hacia el bordillo, pero no la vio. Le entró miedo, así que decidió volver a entrar en la casa y meterse en la habitación de invitados que le había sido asignada. Se hizo el dormido, así nadie podría pensar que había estado con ella.

Dieron las dos de la madrugada y Francesco apareció en la casa. Pensó que todos estarían durmiendo, así que decidió escalar hasta el segundo piso en el que estaría Claudia esperándole. Dio la vuelta a la mansión y miró hacia arriba, frente a la enredadera de la pared que le ayudaría a subir. Pero de pronto, detrás de él, alguien grita. Una somnolienta señora estaba asomada al balcón de enfrente del ‘palazzo’ de los Chiavari. Francesco le pregunta sorprendido, pero la mujer sólo puede señalar hacia el agua del canal. Había un cuerpo flotando. Francesco, sin pensar en que su amada le aguardaba, se tiró al agua y recogió el cuerpo inmóvil. Estaba todo muy oscuro, así que no pudo ver a quién estaba rescatando.

Después de despejarse la cara, miró hacia la ventana de Claudia, pensó que con el alboroto tal vez se habría asomado. Volvió los ojos hacia la persona que llevaba en sus brazos y allí la vio, tendida en el suelo. Pálida y fría. Se quedó paralizado. En los ojos de ella ya no brillaba aquella pasión que tanto le había atado, su pecho ya no se movía y con el último latir de su corazón se había ido toda esperanza. Las lágrimas de él desaparecieron al irse con el agua que empapaba la cara de su difunto amor.


La puerta de la mansión se abrió, dejando salir al padre de Claudia y a Shannon. El padre, al ver a su hija tendida en el suelo, corrió hacia ella, se tropezó y cayó al suelo, pero se volvió a levantar y al final llegó hacia ella. Primero la contempló. Francesco la miraba. Entonces la besó por última vez y se levantó del suelo, dejándola en el regazo de su padre. Al principio iba lento, con la cabeza recta y la expresión seria. Luego cogió impulso y aceleró el paso. Al entrar en la casa, vio en el hall a ese asqueroso demonio que había matado a Claudia. Guy intentó defenderse de la ira de Francesco, pero cayó al suelo de espaldas. Francesco sacó las escapa dispuesto a matarle, pero su tía, Shannon, se adelantó a sus deseos y le agarró por el hombro. Le instó a que no le hiciera nada, que no sacaría nada con la venganza.

Francesco envainó la espada, le dio un beso en la mejilla a su tía y se dirigió hacia la puerta. Desde entonces, nadie le volvió a ver. Tal y como llegó, se fue.

martes, 27 de noviembre de 2007

~Gracias a esta ciudad~



Casi son tres, los años que he pasado aquí
en esta ciudad pequeña, pero acogedora.
He dejado a mis amigos y a mi familia allí,
ciudad en la que he vivido durante veinte años.

Pero todos están bien,

mi familia, amigos y ciudad.
Todo cambia sin que yo lo vea,
pero no pasa nada, no los olvido.

Esta ciudad era nueva para mí,
al igual que yo lo era para ella.
Con miedo tuve que aprender a no esconderme
de la gente que se abría a conocerme.
Y esto es lo mejor que he obtenido
en estos años de convivencia.

Echo de menos Bilbao
y todo lo que dejé allí,
pero el haber encontrado
un lugar en el que me hacen feliz
hace que mi pena no aumente.

Significa mucho para mí
esta vida que ha tomado un rumbo
en el que me enriquezco y mis sentimientos
aumentan y se reparten entre todos.

No me falta nada
tengo demasiado por compartir,
tanto, que mi interior
se queda pequeño.

Por eso expreso mi alegría y mis desdichas
a quienes quiero y necesito;
y cada rincón de esta ciudad me sirve para ello.

Pamplona no es sólo una ciudad,
con sus verdes parques y su clima peculiar,
sus calles amplias y sus rotondas,
sus monumetos y su gran Historia:
Pamplona es el cambio en mí, la novedad,
los nuevos encuentros y riqueza del corazón.
Pero sobre todo, Pamplona es la gente,
las personas que recuerdas cuando te vas,
las personas que dejan marca dentro de tí,
las personas que te ayudan y te piden socorro,
las personas que se dejan querer, las que ofrecen todo su ser.

Esta ciudad y su gente ya son parte de mi vida,
vida que se completa cada día.
Tienen un significado permanente y especial,
nunca los abandonaré y siempre los recordaré.








martes, 6 de noviembre de 2007

~Amatxiren eskuak~



Texto de Asier Barandiarán

El 10 de junio de 1973 se celebró en Oiartzun (Guipúzcoa) un homenaje a un bertsolari. A este acto fue invitado Xalbador, el pastor de Urepel (Baja Navarra). Cuando le tocó su turno, se acercó con solemnidad al micrófono. Su figura mostraba a un hombre sereno y rebosante de confianza. Don Juan Mari Lekuona fue el encargado de comunicarle el tema sobre el que debía cantar de un modo improvisado: “Xalbador, éste es tu tema, las manos de la abuela, “amatxiren eskuak”. Tras unos segundos de concentración empezó a cantar con una melodía suave y nostálgica:

Aizu, amona, aspaldian zu etorri zinen mundura,
ta zure baitan ibili duzu zonbait-zonbait arrangura;
nik ikustean begi xorrotxez zuk duzun esku zimurra,
laster mundutik joanen zarela etorzen zeraut beldurra.

Escucha abuela,
hace ya mucho tiempo que viniste al mundo,
y en tu interior has pasado muchas preocupaciones.
Al contemplar con mi fina mirada esas queridas manos arrugadas,
me viene un temor de que pronto tendrás que dejar este mundo.

Los oyentes no esperaban esta salida. Mirando a Xalbador podrían asegurar que no es un ejercicio de erudición y rima el de éste buen pastor. En su cara parecía vislumbrarse una añoranza de esa “amatxi”. Xalbador, sin cambiar el gesto grave y profundo de su rostro, canta su segundo bertso:

Beste amatxi asko ikusi izan ditut han-hemenka,
Jainkoa, otoi, ez dadiela gaukoan eni mendeka:
zure eskuak ez bitza, otoi, behin betiko esteka,
semeatxiak hain maite baitu esku horien pereka.

He visto en todo el mundo a otras muchas “amatxis”,
Señor, por favor, que me perdonen hoy lo que digo,
que tus manos, “amatxi” mía, no se agarroten nunca,
pues éste tu nieto tanto ama las caricias de esas manos arrugadas.

Cuando los oyentes todavía no se habían repuesto de la emoción, Xalbador lanzó al aire su tercer bertso:

Ene amatxik mundu guzian ba ote zuen berdinik?
Dudatzen nago hardu dukeen nehoiz atseginik;
orai eskuak ximurtu zaizko zainak hor dazura urdinik,
eta ez dago arritzekoa horrenbeste lan eginik.

Mi “amatxi” en todo el mundo ¿acaso tendría una igual?
estoy dudando de que alguna vez hubiese tomado un descanso,
ahora se le han envejecido las manos,
y sus venas azules las tiene ahí a la vista,
no es de extrañar... ¡tanta labor han hecho!

Xalbador con esa mirada suya perdida en el horizonte está viendo a su abuela trabajando, hilando la lana, cuidando la olla en el fuego, meciendo la cuna de su nieto, desgranando las mazorcas de maíz o las cuentas del rosario. Una abuela, con unas manos arrugadas, que fue la memoria de esa comunidad familiar.







miércoles, 24 de octubre de 2007

~Una sonrisa para cada uno~


Entonces llegué al mercado público de Santo Domingo. Me había pasado horas buscando a una niña pequeña que se había perdido en la parte vieja de Pamplona. No creía que fuera a estar allí, pero no me quedaban muchos sitios donde mirar.



Entré por la parte de atrás del edificio, no sé por qué, pero tenía el presentimiento de que era por allí por donde tenía que empezar la búsqueda. Nada más entrar por la puerta de cristal, me encontré una pequeña tienda de flores. La dependienta era joven y resultó ser muy simpática. Me había introducido en el mercado con un poco de miedo, o más bien de vergüenza, porque tendría que hablar con la gente para averiguar si la pequeña había estado por allí. Al principio, la chica parecía que no tenía mucho trabajo, pero de repente le reclamaron unos cuantos clientes. Apareció una niña de siete años junto con su hermana de cuatro, pero ninguna de las dos era la que yo estaba buscando. La mayor era muy mona, llevaba un billete de diez euros porque quería comprar una rosa para su madre. Me entretuve hablando con ella mientras la florista terminaba de atender a una pareja de ancianos. Al final me tuve que ir, porque, aunque estaba muy a gusto, se me estaba echando el tiempo encima y todavía no había encontrado a la niña.



Me alejé de allí y me dirigí hacia el resto de puestos del mercado. Seguía acalorada y estresada. Tenía muchas cosas que hacer y lo último que necesitaba era buscar a una niña traviesa que se escondía de mí. De pronto, la vi. Estaba enfrente de las escaleras que llevaban hacia la siguiente planta, mirando hacia arriba, como si estuviera pensando subir o no. Ella estaba de espaldas. Me acerqué hacia donde estaba, pero antes de que le cogiera de la mano, giró la cabeza y me miró. No era ella, me confundí. La pequeña era muy bonita. Se acercó el padre y le ayudó a subir las escaleras. Ella no dejó de mirarme. Le dije adiós con la mano y ella me respondió alegre.



La pequeña me alegró bastante. Y a pesar de que todavía no había encontrado a la niña que siempre tenía una sonrisa en la cara, dispuesta a regalártela; cada vez estaba menos agobiada. Sabía que estaba cerca de encontrarla. Fui hacia una frutería donde unas cinco chicas bastante simpáticas me ofrecieron una manzana. Fue raro, porque precisamente desde que entré en el mercado había dejado de sentirme débil. Pensé que la mujer me vio cara de estar agotada, y tal vez todavía me quedaba algo de aquella expresión de enfadada, seria y harta que tenía desde el comienzo de la mañana. Una de las muchachas de la frutería me dijo que no habían visto a ninguna niña sola por aquella parte del mercado, pero que tal vez la habían visto unos simpáticos carniceros del piso de arriba.



Subí las escaleras por donde la niña de antes intentaba caminar. En cuanto vi a los carniceros, supe que la frutera se refería a ellos. En el puesto estaban tres hombres y dos mujeres. Muy simpáticos, se pusieron a hablarme. Pasé un rato en aquel puesto de comida. Me lo estaba pasando tan bien con ellos, que se me pasó el tiempo volando y llegó la hora de cerrar. Me despedí y me dirigí hacia la puerta de salida.





El día ya estaba arreglado, ahora me encontraba mucho mejor. Después de todas las sonrisas y el buen trato que había recibido se me olvidó lo que estaba buscando. De repente me paré, intentando recordar. Me giré hacia un puesto vacío y allí la vi. Allí estaba la niña que buscaba y la cual se me había extraviado al principio del día. Estaba allí enfrente, reflejada en el espejo. Esa niña perdida era yo, estaba tan ocupada y agobiada por todas las cosas de las que me tenía que ocupar, que se me había olvidado descansar y no recordaba cómo era sonreír. La gente de aquel lugar hizo que mi rostro se transformara, que saliera lo mejor de mí, una capacidad que había perdido y que no descubría más que a unas cuantas personas. Aquella experiencia y aquellas personas me despertaron.



“Una sonrisa enriquece a quien la recibe sin empobrecer a quien la da”