Su tez arrugada no delata su edad. A pesar de los pies cansados por el peso que ha soportado a lo largo de su vida, todavía se sostiene. Parece que el tiempo no hace mella en este anciano. Permanece siempre sentado a la espera de que sus recuerdos le invadan.
La infancia la pasó hace muchos años, pero todavía disfruta viendo cómo, cada tarde, los niños juegan a su alrededor. Sabe que esa etapa se termina rápido, pero no quiere quitarles la ilusión a esos pequeños duendes que gozan haciendo de las suyas. Prefiere permanecer callado para no romper la magia, aunque para cualquiera que se fije en él, el discurrir del tiempo se le hace muy presente.
Desde hace mucho que se sientan a su lado encantadores lectores que abrigan con su compañía a este solitario. Pero lo que más le emociona ver con sus profundos ojos rodeados de estrías es cómo crecen los demás, sin a penas notar su progresivo deterioro.
Su espalda cada vez está más encorvada, aunque su gran altura no le hace tanto daño como para destacar entre los mayores. Y como no a todos les sientan bien el transcurrir de los años, se nota el desgaste de sus músculos y su figura. La piel clara forma a veces un trenzado que es imposible no apreciarlo.
Gran parte de su cuerpo se oculta bajo el espeso pelo que recae sobre sus hombros. Pero no por eso va a dejar de mostrar su simpático rostro. A pesar de sus hendiduras en la piel, sigue utilizando los largos brazos para mecer a sus pequeños frutos que nunca le han abandonado. Da igual que sus extremidades se retuerzan y se estrechen, siempre ha tenido la voluntad de acogerlos y de guardar con ellos un lazo que les permite superar las tormentas y el sol abrasador.
Algunos de estos pequeños inquilinos no soportan llegar a ser diferentes. Les superan en edad a otros, pero eso no significa que su dorado color no sea digno de contrastar con el verde de su alrededor. Se secan antes de tiempo, pero su viveza resalta con el cielo gris que se apresura a derramar lágrimas.
La noche se abalanza sobre el vetusto, creando así luces y sombras, colores ambarinos sobre el fuerte azul del cielo que cubre a este abuelo. Pero hay algo que nadie llega a ver en él. Parece que está partido por la mitad, pero es un sólo cuerpo unido por heridas que han ido cicatrizando con el tiempo. Refleja una pérdida, algo que le hacía estar completo y que al perderlo le dejó una huella imborrable. Tal vez su soledad comenzó a partir de la separación de una compañera que formaba parte de él. De ahí la forma de su cuerpo, parece que alguien se cobijó en torno a él y marcó un hueco en su corazón.
La oscuridad se cierne sobre él y la corteza se vuelve rojiza a la sombra de las luces artificiales del parque. El viejo árbol sufre los constantes cambios que se filtran entre los ostentosos pliegues de su tronco, mientras los años fluyen como el agua que se escapa entre las rocas de un río. Pero él no se mueve, sigue impertérrito, como un guardián centenario dispuesto a proteger su santuario.
“Un gran árbol es como una gran historia a la que todavía le falta un final”
1 comentario:
Marta: Excelente trabajo.
Adelante!
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