A principios del año 1800, empezó a extenderse por la bella ciudad de Venecia el rumor de que en aquellos próximos días se había acontecido un asesinato. La preciosa Claudia Chiavari, hija de un renombrado hombre de guerras, murió de forma misteriosa.
Claudia vivía con su padre viudo en un ‘palazzo’, cerca del centro neurálgico de la ciudad. Junto con ellos, estaba la criada escocesa, Shannon. Ella fue lo más próximo a una madre que tuvo. La rutina le cansaba a la joven Claudia, todo el día estudiando pintura, música y costura. Los pocos momentos divertidos que pasaba eran con Shannon, que le contaba historias de su país, tan desconocido y exótico para Claudia.
Claudia iba a cumplir veinte años y toda Venecia se impacientó al saber que se acercaba una de las celebraciones más agradables del año. La mansión de los Chiavari se vistió de fiesta con gran entusiasmo y el padre tenía una gran sorpresa preparada para Claudia.
Llegó el día esperado por todas las personas de la alta sociedad veneciana y los canales próximos al ‘palazzo’ y la entrada de éste se abarrotaron de barcas y de gente que esperaba a entrar. Cuando todos los nobles entraron en la mansión ornamentada con telas color dorado, entrelazadas con otras de color verde esmeralda, dio comienzo el festejo. Los bailes y los juegos mantenían ocupada a la gente, que reía como contagiada por un virus que sólo aparecía en aquel sitio y en aquel día.
Claudia bailaba con los caballeros que la pretendían, pero no era momento para elegir marido. Algo de lo que su padre no estaba de acuerdo. De repente, un hombre de tez morena y con el pelo tan oscuro como el ébano se chocó contra Claudia. Ese hombre corpulento le miró a los ojos marrones de la joven italiana durante unos segundos, que parecieron minutos, y después se disculpó.
-¿Me permite, como compensación a mi torpeza, este baile? –dijo el muchacho.
-Claro, con tal de que no me vuelva a pisar. –sonrió Claudia.
Claudia no había visto nunca a ese hombre, era un extraño para ella, pero aún así, fue con el que más cómoda estuvo. Mientras los pies de la pareja no dejaban de dar pasos y de realizar vueltas en el mármol como si tuvieran vida propia, la otra parte de ellos, la cabeza, estaba muy lejos de aquel lugar. No dejaron de mirarse durante el tiempo que estuvieron bailando y como por arte de magia, no les hacía falta observar su alrededor para ver por dónde marcaban los pasos. En el primer momento en el que sus manos se unieron, sincronizaron, como si hubieran ensayado juntos antes. De pronto, a mitad de la canción el padre de Claudia les interrumpió. Sin soltarse las manos el padre le entregó el regalo de cumpleaños que tanto había esperado.
-Hija mía, éste es el barón Guy de Montague, tu futuro marido.
Claudia logró esconder su furia, nadie de los allí presentes supo lo que estaba sintiendo en aquel momento. No quería casarse, y menos con aquel extranjero francés. Era un hombre rico, eso se veía a simple vista, pero ella no quería eso en su marido. Ella prefería… un momento en el que con una sola mirada se pudiera expresar el amor que sentían el uno para el otro, un abrazo que durara eternamente y que demostrara la pasión que residía en sus corazones… Claudia no tuvo otra opción que deslizar su mano por la de su anónimo compañero y tomar la de aquel extranjero inoportuno. Su baile era muy brusco, no podía imaginarse cuánto lo sería como esposo. Pasaron unos minutos antes de que terminara la canción, minutos en los que Claudia empezó a sudar por las manos. Se sentía agradecida por su padre, por querer buscarle un gran futuro, pero su orgullo sobrepasaba todo aquello y se sintió más ofendida que agraciada. Después de todo, de tanto hablar con su querido padre, él no la conocía, no tuvo en cuenta sus deseos.
La joven empezó a sentirse mareada de tanta vuelta que le había hecho dar el barón. Así que, sin dar por finalizada la fiesta, Claudia acudió a Shannon y, con la ayuda de ésta, fueron a su habitación. La criada sabía perfectamente lo que había ocurrido en la sala del baile, pero más aún, conocía lo que Claudia estaba pensando. Después de que la joven se recostara en la cama, Shannon la dejó sola. Estaba a punto de dormirse cuando de repente alguien la puerta de su habitación. ¡Era él! ¡El hombre misterioso del pisotón! Pero Claudia no se enfadó, le dejó entrar. Se levantó de la cama, pero lo hizo tan rápido que se volvió a marear. Hubiera caído al suelo de no ser por él. La mantuvo sobre sus brazos durante un rato y ella, cayendo en sus ojos oscuros y profundos, le preguntó su nombre. Era un simple soldado, familiar de una belleza que se encontraba por aquella fiesta. Se llamaba Francesco Donati.
Pasaron las horas y seguían juntos. Él le habló con tanta pasión de las cosas que le habían pasado cuando estuvo en batalla, que ella no podía dejar de mirar sus labios, que expulsaban palabras melódicas que la hipnotizaban. Cuando desvió sus ojos hacia las manos de Francesco, se dio cuenta de las marcas que tenía por todo el brazo. Instintivamente le rozó la piel, se dio cuenta de lo que había hecho y se disculpó.
-¡Ay! Lo siento mucho, no quería tocarte.
-No ha sido nada, en serio.
-Claro que sí, no deberíamos estar aquí solos.
-No lo estamos. –dijo Francesco curvando una ceja.
-¿Cómo dices? –no comprendió.
-Le he dicho a tu criada cuando salía que cuidara de que nadie nos interrumpiera. Ella sabe que no te voy a hacer nada.
-No llego a comprender por qué me ha dejado con un completo desconocido… ¡y en mi habitación! –estaba apunto de abrir la puerta cunado él le interrumpió.
-Porque no soy un desconocido. Soy su sobrino.
Claudia no pudo aguantar la risa. Se volvió a disculpar por lo grosera que había resultado ser.
-No te preocupes, -dijo Francesco- se puede arreglar fácilmente.
-¿Cómo? –le preguntó intrigada.
-Para compensar tu torpeza, me tiene que conceder un baile.
Ella se rió.
-Claro, con tal de que no me vuelvas a pisar. –le sonrió.
Bailaron durante un largo rato con la música del salón de baile que se escuchaba desde la habitación. De pronto, no existía nada más que ellos dos. Y para cuando Claudia se dio cuenta, ya era tarde. No podía resistir marcharse, pero tenía que alejarse de él. Se acababa de acordar del otro hombre que estaba en el baile, esperando a que ella se repusiera.
-Lo siento otra vez, pero tienes que irte. No deberíamos estar aquí solos. Y yo tengo que ir con mi padre. –le empujaba con suavidad hacia la puerta.
-No, no me puedes echar de esta manera.
-Lo siento, te despediría con más cortesía, pero se me ha pasado el tiempo y tengo que volver a la fiesta.
-Y también tienes que volver con él… -dijo furioso.
-¿Qué quieres decir? –le miró sorprendida.
-¡Lo que quiero decir es que te vas a casar con un hombre, que te duplica la edad, sólo por dinero!
-Eso no es cierto. Ha sido mi padre el que lo ha decidido así. –dijo enfrentándose a él.
-Claro, y tú lo aceptas sin tan siquiera arriesgarte.
-¿Pero a ti qué más te da? –volvió a la realidad.- ¡No eres nadie, te acabo de conocer y ya intentas cambiar mi vida!
-Lo sé, no soy nadie, sólo soy el familiar de una criada que nunca tendrá tanto futuro como ese francés.
-No quería decir eso.
-Lo sé –le interrumpe.- Pero me enfurece conocerte, atisbar cómo eres, enamorarme de ti y tener que dejarte escapar porque, ¿quién soy yo en comparación con ese tal Guy? Me de esta manera lo único que haces es forzarme a rendirme sin tan siquiera…
-¿Enamorado? –le interrumpió Claudia mirándole con ojos brillantes.
-Sí, pero olvídalo, es una tontería…
-No, no lo es. Pero si no me conoces más que de estas horas que hemos pasado juntos. –dijo sorprendida, pero atraída.
-¿Y no basta con unas horas para saber con quién quieres estar el resto de tu vida? –hubo unos segundos de silencio.- Realmente, te conozco más de lo que crees. Olvidas quién es tu criada.
-¿Te ha contado cosas de mí? –preguntó con los ojos bien abiertos, como si estuviese en un trance.
-No sólo a mí, ella también te ha contado cosas sobre mí, pero no habías caído en que…
-¡Tú eres el pequeño Fran! –le interrumpió otra vez.
-Sí –se alegró de que le identificara.
Hubo otro largo espacio de tiempo en el que no se dijeron nada. La música se escuchaba de fondo. Claudia se acercó a él, con postura para bailar. Se unieron sin dejar de posar sus miradas en el otro. No dejaron casi espacio entre ellos. Ella posó su cabeza sobre el pecho del joven mientras se balanceaban al ritmo de la melodía. Sintió que tenía que mirarle, quería volver a perderse en esos ojos tan sinceros. Levantó la cabeza sin dejar de apoyarse contra él. Francesco sintió una ráfaga de frío por su cuerpo que le heló la sangre. De súbito, puso su mano en la espalda e inclinándola levemente hacia atrás, la besó. Ambos se fundieron, les ardía el pecho.
De repente el barón Guy de Montague empujó la puerta y la abrió de un portazo. Shannon no estaba en su puesto. El noble se dirigió hacia Claudia y le aferró del brazo para sacarla del cuarto. No miró al amante. El barón le arrastró por el pasillo hasta llegar a las escaleras principales. Y le susurró al oído con brusquedad: “No quiero que vuelvas a ver a ese plebeyo”. Bajaron la escalinata como si nada hubiera pasado. El padre de Claudia fue hacia la pareja con una sonrisa que le abarcaba toda la cara. Tenían que cerrar la fiesta con el último baile. Se pusieron en el centro de la sala, rodeados de las demás parejas. A lo lejos, Francesco les observaba. Sabía que Claudia acababa de ser encadenada, y no sabía qué hacer.
Cuando terminó la danza, Claudia se apartó de aquel hombre. Quería que nunca más le volviera a tocar, sólo su presencia la envenenaba. Cuando la sala se quedó vacía, Claudia se dirigió hacia Shannon, que se disculpó por no haber estado todo el rato vigilando la habitación. Pero para Claudia aquello era lo de menos. De repente le brotaron lágrimas que empaparon su cara blanca. Shannon se las iba a limpiar cuando apareció Francesco. Éste cogió el pañuelo de su tía y le secó las gotas a su amada. Esa fue la última vez que se vieron. Prometieron volver a verse aquella noche, después de arreglar las cosas con su padre, pero el destino es más oscuro.
Shannon se llevó a su ama a la habitación y Francesco salió a la calle. Allí fuera se encontró con Guy de Montague. El joven vio las intenciones del barón, así que desenvainó la espada. Guy retrocedió de un brinco. Tenía miedo, Francesco lo olía. Pero Guy no quería luchar. Simplemente se dedicó a informarle de que había mantenido una conversación con el padre de Claudia, y que nunca iba a permitir una unión entre ellos dos, así que ya podía hacer el viaje de vuelta a su casa. Pero Francesco no le creyó, e hizo bien. Conocía lo suficiente del señor de su tía como para saber que nunca haría algo que le hiciera sufrir a su hija. El joven dejó que el noble pensara que se lo había creído, y se marchó, esperando la hora de volver a ver a Claudia.
Mientras tanto, Guy de Montague subió a la habitación de su prometida y echó a la criada. Claudia se sobresaltó. No quería volver a verle. Intentó de manera amable que se fuera; el barón no tendría fuerza como para luchar contra Francesco, pero sí para obligar a Claudia a estarse quieta. Éste le comenzó a decir que había estado con su amante, y que en realidad no le quería.
-¿Qué está diciendo? No confío en ti, no sé cómo puede pensar en que voy a creerle.
-Pues créame dulce dama. El dinero es más poderoso que el amor.
-¡No! ¡Él nunca aceptaría su dinero!
-¿Cómo puede estar tan segura? Sólo le conoce desde hace unas horas…
Claudia no podía creerlo. Giró bruscamente su cabeza y miró fijamente al suelo. Estaba furiosa. No quería creer que había sido traicionada, no quería pensar en que se tendría que casar con aquel hombre aborrecible. Volvió a levantar la cara hacia él. Francesco le había dicho que no se tenía que rendir, y menos por algo que quería; y ella quería a Francesco. Se acercó corriendo hacia el barón, que estaba al lado de la ventana y le empujó con todas sus fuerzas, pero no pudo ni echarle un paso hacia atrás. Tenía que descargar su furia de alguna manera. E hizo mal en dejar que sus impulsos la guiaran. El barón enrojeció de la ira que había logrado acumular durante aquella noche y le empujó a Claudia, que cayó por la ventana que estaba abierta.
No hubo grito. Sólo se oyó el agua del canal. Guy de Montague corrió escaleras abajo y salió al lateral de la mansión. Se dirigió hacia el bordillo, pero no la vio. Le entró miedo, así que decidió volver a entrar en la casa y meterse en la habitación de invitados que le había sido asignada. Se hizo el dormido, así nadie podría pensar que había estado con ella.
Dieron las dos de la madrugada y Francesco apareció en la casa. Pensó que todos estarían durmiendo, así que decidió escalar hasta el segundo piso en el que estaría Claudia esperándole. Dio la vuelta a la mansión y miró hacia arriba, frente a la enredadera de la pared que le ayudaría a subir. Pero de pronto, detrás de él, alguien grita. Una somnolienta señora estaba asomada al balcón de enfrente del ‘palazzo’ de los Chiavari. Francesco le pregunta sorprendido, pero la mujer sólo puede señalar hacia el agua del canal. Había un cuerpo flotando. Francesco, sin pensar en que su amada le aguardaba, se tiró al agua y recogió el cuerpo inmóvil. Estaba todo muy oscuro, así que no pudo ver a quién estaba rescatando.
Después de despejarse la cara, miró hacia la ventana de Claudia, pensó que con el alboroto tal vez se habría asomado. Volvió los ojos hacia la persona que llevaba en sus brazos y allí la vio, tendida en el suelo. Pálida y fría. Se quedó paralizado. En los ojos de ella ya no brillaba aquella pasión que tanto le había atado, su pecho ya no se movía y con el último latir de su corazón se había ido toda esperanza. Las lágrimas de él desaparecieron al irse con el agua que empapaba la cara de su difunto amor.
La puerta de la mansión se abrió, dejando salir al padre de Claudia y a Shannon. El padre, al ver a su hija tendida en el suelo, corrió hacia ella, se tropezó y cayó al suelo, pero se volvió a levantar y al final llegó hacia ella. Primero la contempló. Francesco la miraba. Entonces la besó por última vez y se levantó del suelo, dejándola en el regazo de su padre. Al principio iba lento, con la cabeza recta y la expresión seria. Luego cogió impulso y aceleró el paso. Al entrar en la casa, vio en el hall a ese asqueroso demonio que había matado a Claudia. Guy intentó defenderse de la ira de Francesco, pero cayó al suelo de espaldas. Francesco sacó las escapa dispuesto a matarle, pero su tía, Shannon, se adelantó a sus deseos y le agarró por el hombro. Le instó a que no le hiciera nada, que no sacaría nada con la venganza.
Francesco envainó la espada, le dio un beso en la mejilla a su tía y se dirigió hacia la puerta. Desde entonces, nadie le volvió a ver. Tal y como llegó, se fue.
2 comentarios:
Me encanta tu texto, y tus fotos...
Adelante!!!!
Juan Cañada
¡Justo miré el día anterior xD!
Qué bien han quedado las fotos, de verdad... menuda artista estás hecha, Marta ;)
Pues nada, que las imágenes nos cuenten el resto ^^
Ya nos veremos cuando sea, porque ando muy liada con un examen y trabajos... sorry por lo de este fin de semana.
Cuídate y sé feliz
Publicar un comentario