lunes, 31 de diciembre de 2007

~Ilustra un artículo II : ¿Piensan los jóvenes?~

Autor: Jaime Nubiola
Profesor de FilosofíaUniversidad de Navarra
Fecha: 20 de noviembre de 2007
Publicado en: La Gaceta de los Negocios (Madrid)
"La impresión prácticamente unánime de quienes convivimos a diario con jóvenes es que, en su mayor parte, han renunciado a pensar por su cuenta y riesgo. Por este motivo aspiro a que mis clases sean una invitación a pensar, aunque no siempre lo consiga. En este sentido, adopté hace algunos años como lema de mis cursos unas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo de sus Philosophical Investigations en las que afirmaba que "no querría con mi libro ahorrarles a otros el pensar, sino, si fuera posible, estimularles a tener pensamientos propios". Con toda seguridad este es el permanente ideal de todos los que nos dedicamos a la enseñanza, al menos en los niveles superiores. Sin embargo, la experiencia habitual nos muestra que la mayor parte de los jóvenes no desea tener pensamientos propios, porque están persuadidos de que eso genera problemas. "Quien piensa se raya" -dicen en su jerga-, o al menos corre el peligro de rayarse y, por consiguiente, de distanciarse de los demás. Muchos recuerdan incluso que en las ocasiones en que se propusieron pensar experimentaron el sufrimiento o la soledad y están ahora escarmentados. No merece la pena pensar -vienen a decir- si requiere tanto esfuerzo, causa angustia y, a fin de cuentas, separa de los demás. Más vale vivir al día, divertirse lo que uno pueda y ya está. En consonancia con esta actitud, el estilo de vida juvenil es notoriamente superficial y efímero; es enemigo de todo compromiso. Los jóvenes no quieren pensar porque el pensamiento -por ejemplo, sobre las graves injusticias que atraviesan nuestra cultura- exige siempre una respuesta personal, un compromiso que sólo en contadas ocasiones están dispuestos a asumir. No queda ya ni rastro de aquellos ingenuos ideales de la revolución sesentayochista de sus padres y de los mayores de cincuenta años. "Ni quiero una chaqueta para toda la vida -escribía una valiosa estudiante de Comunicación en su blog- ni quiero un mueble para toda la vida, ni nada para toda la vida. Ahora mismo decir toda la vida me parece decir demasiado. Si esto sólo me pasa a mí, el problema es mío. Pero si este es un sentimiento generalizado tenemos un nuevo problema en la sociedad que se refleja en cada una de nuestras acciones. No queremos compromiso con absolutamente nada. Consumimos relaciones de calada en calada, decimos "te quiero" demasiado rápido: la primera discusión y enseguida la relación ha terminado. Nos da miedo comprometernos, nos da miedo la responsabilidad de tener que cuidar a alguien de por vida, por no hablar de querer para toda la vida". El temor al compromiso de toda una generación que se refugia en la superficialidad, me parece algo tremendamente peligroso. No puede menos que venir a la memoria el lúcido análisis de Hannah Arendt sobre el mal. En una carta de marzo de 1952 a su maestro Karl Jaspers escribía que "el mal radical tiene que ver de alguna manera con el hacer que los seres humanos sean superfluos en cuanto seres humanos". Esto sucede -explicaba Arendt- cuando queda eliminada toda espontaneidad, cuando los individuos concretos y su capacidad creativa de pensar resultan superfluos. Superficialidad y superfluidad -añado yo- vienen a ser en última instancia lo mismo: quienes desean vivir sólo superficialmente acaban llevando una vida del todo superflua, una vida que está de más y que, por eso mismo, resulta a la larga nociva, insatisfactoria e inhumana.De hecho, puede decirse sin cargar para nada las tintas que la mayoría de los universitarios de hoy en día se consideran realmente superfluos tanto en el ámbito intelectual como en un nivel más personal. No piensan que su papel trascienda mucho más allá de lograr unos grados académicos para perpetuar quizás el estatus social de sus progenitores. No les interesa la política, ni leen los periódicos salvo las crónicas deportivas, los anuncios de espectáculos y algunos cotilleos. Pensar es peligroso, dicen, y se conforman con divertirse. Comprometerse es arriesgado y se conforman en lo afectivo con las relaciones líquidas de las que con tanto éxito ha escrito Zygmunt Bauman.Resulta muy peligroso -para cada uno y para la sociedad en general- que la gente joven en su conjunto haya renunciado puerilmente a pensar. El que toda una generación no tenga apenas interés alguno en las cuestiones centrales del bien común, de la justicia, de la paz social, es muy alarmante. No pensar es realmente peligroso, porque al final son las modas y las corrientes de opinión difundidas por los medios de comunicación las que acaban moldeando el estilo de vida de toda una generación hasta sus menores entresijos. Sabemos bien que si la libertad no se ejerce día a día, el camino del pensamiento acaba siendo invadido por la selva, la sinrazón de los poderosos y las tendencias dominantes en boga.Pero, ¿qué puede hacerse? Los profesores sabemos bien que no puede obligarse a nadie a pensar, que nada ni nadie puede sustituir esa íntima actividad del espíritu humano que tiene tanto de aventura personal. Lo que sí podemos hacer siempre es empeñarnos en dar ejemplo, en estimular a nuestros alumnos -como aspiraba Wittgenstein- a tener pensamientos propios. Podremos hacerlo a menudo a través de nuestra escucha paciente y, en algunos casos, invitándoles a escribir. No se trata de malgastar nuestra enseñanza lamentándonos de la situación de la juventud actual, sino que más bien hay que hacerse joven para llegar a comprenderles y poder establecer así un puente afectivo que les estimule a pensar."












miércoles, 19 de diciembre de 2007

~Retratos~


María Rosa González, mi compañera de piso, triste.


Mª Rosa alegre.



Mª Rosa indiferente.


Isabel Sumelzo, estudiante de Periodismo de la Universidad de Navarra.



Isabel, empleada en el servicio de admisión de la Universidad de Navarra.


Isabel, actriz aficionada que participa en grupos de teatro universitarios.

Isabel Sumelzo Pujol es estudiante de Periodismo, en sus ratos libres colabora con Diario de Navarra haciendo reportajes para los suplementos y también trabaja en una revista de empresas navarras para conseguir algo más de dinerillo. En su tiempo libre se dedica al teatro en varios grupos de la Universidad. "Porque me gusta mucho actuar y me lo paso bien con la gente", dice. Además también hace cursos por internet de flash o de photoshop porque le gusta saber utilizar ese tipo de programas de diseño. Junto con todo, Isabel trabaja, desde noviembre y cuatro horas a la semana, en el servicio de admisión de la Universidad de Navarra.

¿Por qué decidió trabajar?
Porque este año tenía mucho tiempo libre y además ganaba algo de dinero y así no tengo que estar pidiendo siempre a mis padres.

¿Ha trabajado antes en un lugar parecido?
Nunca había trabajado antes en un centro de llamadas y tampoco informando a gente, como hago en el servicio de admisión de la Universidad.

¿Cómo se enteró de que podía trabajar allí?
Por la bolsa de trabajo de la Universidad que recibo en el mail, bueno, ahora ha cambiado y en vez de que las ofertas lleguen por mail se publican en una página web.

¿Por qué allí y no otro sitio?
Decidí coger ese trabajo porque no suponía mucho esfuerzo, podía elegir el horario y era dentro de la Universidad, por lo que si algún día no puedo ir por un examen o una clase obligatoria, lo entienden más que si trabajara en otro lado.

¿Qué tareas desempeña?
Recibo llamadas de gente que se quiere informar para entrar en la Universidad y paso recados a los encargados de las diferentes áreas de la Universidad como puede ser la admisión de alumnos internacionales o las visitas de colegios a las facultades.

¿Hay algo que no le guste del trabajo?
Algunas de las personas que llaman no se dejan informar bien o no te tratan bien cuando les hablas.

¿Algo que le guste?
Me gusta cuando le resuelvo bien las dudas a alguien y me da las gracias.

Y, ¿alguna vez ha tenido que aguantar alguna discusión con algún "cliente"?
Sí, una vez un señor decía que había una fecha concreta en la que se darían los resultados de los exámenes de admisión, cuando en realidad no lo hay y no hubo manera de que me creyera.

¿En qué época está más atareada?
Después de los exámenes de admisión (en febrero y junio), porque es cuando llaman más los padres para saber cuando darán los resultados.

Seguro que tiene alguna anéctoda interesante que contar...
El trabajo consiste en coger el teléfono y pasar llamadas a otras extensiones. El primer día que cogí el teléfono le colgué a un pobre señor inglés (al que ni siquiera entendía qué quería) cuatro veces hasta que no sé si conseguí pasarle bien a la extensión que necesitaba o él se cansó de llamar y decidió esperar a que la telefonista patosa se fuera de su puesto.

¿Alguna vez ha pensado en dejar de trabajar?
No, porque está muy bien. Mientras estás en la oficina puedes estar en internet, estudiando o haciendo otros trabajos. Muchos días ni llaman por lo que puedo estar haciendo cosas de la carrera que podría hacer en casa sin cobrar.

Y cambiando de tema, parece ser que en sus ratos libres se entretiene actuando...
Sí, practico teatro desde pequeña porque en mi colegio había clases, luego en el grupo de catequesis también hicimos un grupillo y actuábamos en festivales benéficos.
Cuando llegué a la Universidad el primer año no hice porque pensé que me quitaría mucho tiempo pero cuando ví que no era tanto, en segundo me metí dentro del grupo GABOT, así que llevo cuatro años haciendo teatro universitario.

Eso es bastante tiempo, ¿en qué grupos ha estado?
He estado en tres. Empecé en GABOT, pero el año pasado me pidieron que ayudara en el grupo de Larraona (porque ahí no tienen chicas), por lo que no participé en la obra que preparaba mi grupo, bueno,... hice de público que se levanta y grita un frase, pero la verdad es que no sé si eso se puede considerar ser parte de una obra. Este año he participado en el musical Mary Poppins que preparaba el grupo Mutis por el Foro, porque el director es mi amigo y me pidió el favor que yo hice encantada.

Y, ¿piensa dedicarse al teatro?
No, porque aunque me gusta muchísimo y pienso seguir actuando después de la universidad, yo nunca me he planteado ser actriz. Estudio periodismo y es a lo que me quiero dedicar. El teatro me ayuda para saber manejarme delante de un micrófono o de una cámara sin vergüenza, así como a saber improvisar cuando las cosas no salen tal y como estaban planeadas.

¿Ha habido alguna que no le haya gustado?
La que menos te ha gustado: creo que todas me han gustado muchísimo, porque si decides hacer una obra es porque te gusta. Después de miles de ensayos, le coges tanto cariño al personaje que es casi imposible no disfrutar en escena. Tal vez en la que peor lo pasé fue en una que hice de pequeña en la que hacía de duende atrapado en una torre. Uno de los personajes tenía que lanzar una pelota dentro de la ventana en la que yo estaba pero al tirarla destrozó la ventana por lo que pasé toda la obra con los brazos en alto sujetando la ventana. Fue la obra más larga de mi vida.

Y, ¿cuáles son las obras con las que más ha disfrutado?
He disfrutado con todas: desde hacer de muerta que cae de un armario cuando abren la puerta hasta cantar haciendo de la Señora Banks en "Mary Poppins", pero creo que el personaje que más me ha gustado es el de Penny Sycamore en "Vive como quieras". Se trataba de una señora que vivía en su mundo y era muy divertido hacer de ella. Además salía muy poco de escena por lo que tuve que aprender a estar mucho tiempo en el escenario aunque no dijera nada, cosa que me parece muy difícil porque tienes que saber aguantar en escena sin parecer un bulto pero sin quitar protagonismo a la persona que está hablando.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

~Claudia y Francesco~

A principios del año 1800, empezó a extenderse por la bella ciudad de Venecia el rumor de que en aquellos próximos días se había acontecido un asesinato. La preciosa Claudia Chiavari, hija de un renombrado hombre de guerras, murió de forma misteriosa.


Claudia vivía con su padre viudo en un ‘palazzo’, cerca del centro neurálgico de la ciudad. Junto con ellos, estaba la criada escocesa, Shannon. Ella fue lo más próximo a una madre que tuvo. La rutina le cansaba a la joven Claudia, todo el día estudiando pintura, música y costura. Los pocos momentos divertidos que pasaba eran con Shannon, que le contaba historias de su país, tan desconocido y exótico para Claudia.

Claudia iba a cumplir veinte años y toda Venecia se impacientó al saber que se acercaba una de las celebraciones más agradables del año. La mansión de los Chiavari se vistió de fiesta con gran entusiasmo y el padre tenía una gran sorpresa preparada para Claudia.


Llegó el día esperado por todas las personas de la alta sociedad veneciana y los canales próximos al ‘palazzo’ y la entrada de éste se abarrotaron de barcas y de gente que esperaba a entrar. Cuando todos los nobles entraron en la mansión ornamentada con telas color dorado, entrelazadas con otras de color verde esmeralda, dio comienzo el festejo. Los bailes y los juegos mantenían ocupada a la gente, que reía como contagiada por un virus que sólo aparecía en aquel sitio y en aquel día.

Claudia bailaba con los caballeros que la pretendían, pero no era momento para elegir marido. Algo de lo que su padre no estaba de acuerdo. De repente, un hombre de tez morena y con el pelo tan oscuro como el ébano se chocó contra Claudia. Ese hombre corpulento le miró a los ojos marrones de la joven italiana durante unos segundos, que parecieron minutos, y después se disculpó.



-¿Me permite, como compensación a mi torpeza, este baile? –dijo el muchacho.
-Claro, con tal de que no me vuelva a pisar. –sonrió Claudia.

Claudia no había visto nunca a ese hombre, era un extraño para ella, pero aún así, fue con el que más cómoda estuvo. Mientras los pies de la pareja no dejaban de dar pasos y de realizar vueltas en el mármol como si tuvieran vida propia, la otra parte de ellos, la cabeza, estaba muy lejos de aquel lugar. No dejaron de mirarse durante el tiempo que estuvieron bailando y como por arte de magia, no les hacía falta observar su alrededor para ver por dónde marcaban los pasos. En el primer momento en el que sus manos se unieron, sincronizaron, como si hubieran ensayado juntos antes. De pronto, a mitad de la canción el padre de Claudia les interrumpió. Sin soltarse las manos el padre le entregó el regalo de cumpleaños que tanto había esperado.

-Hija mía, éste es el barón Guy de Montague, tu futuro marido.



Claudia logró esconder su furia, nadie de los allí presentes supo lo que estaba sintiendo en aquel momento. No quería casarse, y menos con aquel extranjero francés. Era un hombre rico, eso se veía a simple vista, pero ella no quería eso en su marido. Ella prefería… un momento en el que con una sola mirada se pudiera expresar el amor que sentían el uno para el otro, un abrazo que durara eternamente y que demostrara la pasión que residía en sus corazones… Claudia no tuvo otra opción que deslizar su mano por la de su anónimo compañero y tomar la de aquel extranjero inoportuno. Su baile era muy brusco, no podía imaginarse cuánto lo sería como esposo. Pasaron unos minutos antes de que terminara la canción, minutos en los que Claudia empezó a sudar por las manos. Se sentía agradecida por su padre, por querer buscarle un gran futuro, pero su orgullo sobrepasaba todo aquello y se sintió más ofendida que agraciada. Después de todo, de tanto hablar con su querido padre, él no la conocía, no tuvo en cuenta sus deseos.

La joven empezó a sentirse mareada de tanta vuelta que le había hecho dar el barón. Así que, sin dar por finalizada la fiesta, Claudia acudió a Shannon y, con la ayuda de ésta, fueron a su habitación. La criada sabía perfectamente lo que había ocurrido en la sala del baile, pero más aún, conocía lo que Claudia estaba pensando. Después de que la joven se recostara en la cama, Shannon la dejó sola. Estaba a punto de dormirse cuando de repente alguien la puerta de su habitación. ¡Era él! ¡El hombre misterioso del pisotón! Pero Claudia no se enfadó, le dejó entrar. Se levantó de la cama, pero lo hizo tan rápido que se volvió a marear. Hubiera caído al suelo de no ser por él. La mantuvo sobre sus brazos durante un rato y ella, cayendo en sus ojos oscuros y profundos, le preguntó su nombre. Era un simple soldado, familiar de una belleza que se encontraba por aquella fiesta. Se llamaba Francesco Donati.

Pasaron las horas y seguían juntos. Él le habló con tanta pasión de las cosas que le habían pasado cuando estuvo en batalla, que ella no podía dejar de mirar sus labios, que expulsaban palabras melódicas que la hipnotizaban. Cuando desvió sus ojos hacia las manos de Francesco, se dio cuenta de las marcas que tenía por todo el brazo. Instintivamente le rozó la piel, se dio cuenta de lo que había hecho y se disculpó.

-¡Ay! Lo siento mucho, no quería tocarte.
-No ha sido nada, en serio.
-Claro que sí, no deberíamos estar aquí solos.
-No lo estamos. –dijo Francesco curvando una ceja.
-¿Cómo dices? –no comprendió.
-Le he dicho a tu criada cuando salía que cuidara de que nadie nos interrumpiera. Ella sabe que no te voy a hacer nada.
-No llego a comprender por qué me ha dejado con un completo desconocido… ¡y en mi habitación! –estaba apunto de abrir la puerta cunado él le interrumpió.
-Porque no soy un desconocido. Soy su sobrino.

Claudia no pudo aguantar la risa. Se volvió a disculpar por lo grosera que había resultado ser.

-No te preocupes, -dijo Francesco- se puede arreglar fácilmente.
-¿Cómo? –le preguntó intrigada.
-Para compensar tu torpeza, me tiene que conceder un baile.
Ella se rió.
-Claro, con tal de que no me vuelvas a pisar. –le sonrió.

Bailaron durante un largo rato con la música del salón de baile que se escuchaba desde la habitación. De pronto, no existía nada más que ellos dos. Y para cuando Claudia se dio cuenta, ya era tarde. No podía resistir marcharse, pero tenía que alejarse de él. Se acababa de acordar del otro hombre que estaba en el baile, esperando a que ella se repusiera.

-Lo siento otra vez, pero tienes que irte. No deberíamos estar aquí solos. Y yo tengo que ir con mi padre. –le empujaba con suavidad hacia la puerta.
-No, no me puedes echar de esta manera.
-Lo siento, te despediría con más cortesía, pero se me ha pasado el tiempo y tengo que volver a la fiesta.
-Y también tienes que volver con él… -dijo furioso.
-¿Qué quieres decir? –le miró sorprendida.
-¡Lo que quiero decir es que te vas a casar con un hombre, que te duplica la edad, sólo por dinero!
-Eso no es cierto. Ha sido mi padre el que lo ha decidido así. –dijo enfrentándose a él.
-Claro, y tú lo aceptas sin tan siquiera arriesgarte.
-¿Pero a ti qué más te da? –volvió a la realidad.- ¡No eres nadie, te acabo de conocer y ya intentas cambiar mi vida!
-Lo sé, no soy nadie, sólo soy el familiar de una criada que nunca tendrá tanto futuro como ese francés.
-No quería decir eso.
-Lo sé –le interrumpe.- Pero me enfurece conocerte, atisbar cómo eres, enamorarme de ti y tener que dejarte escapar porque, ¿quién soy yo en comparación con ese tal Guy? Me de esta manera lo único que haces es forzarme a rendirme sin tan siquiera…
-¿Enamorado? –le interrumpió Claudia mirándole con ojos brillantes.
-Sí, pero olvídalo, es una tontería…
-No, no lo es. Pero si no me conoces más que de estas horas que hemos pasado juntos. –dijo sorprendida, pero atraída.
-¿Y no basta con unas horas para saber con quién quieres estar el resto de tu vida? –hubo unos segundos de silencio.- Realmente, te conozco más de lo que crees. Olvidas quién es tu criada.
-¿Te ha contado cosas de mí? –preguntó con los ojos bien abiertos, como si estuviese en un trance.
-No sólo a mí, ella también te ha contado cosas sobre mí, pero no habías caído en que…
-¡Tú eres el pequeño Fran! –le interrumpió otra vez.
-Sí –se alegró de que le identificara.

Hubo otro largo espacio de tiempo en el que no se dijeron nada. La música se escuchaba de fondo. Claudia se acercó a él, con postura para bailar. Se unieron sin dejar de posar sus miradas en el otro. No dejaron casi espacio entre ellos. Ella posó su cabeza sobre el pecho del joven mientras se balanceaban al ritmo de la melodía. Sintió que tenía que mirarle, quería volver a perderse en esos ojos tan sinceros. Levantó la cabeza sin dejar de apoyarse contra él. Francesco sintió una ráfaga de frío por su cuerpo que le heló la sangre. De súbito, puso su mano en la espalda e inclinándola levemente hacia atrás, la besó. Ambos se fundieron, les ardía el pecho.


De repente el barón Guy de Montague empujó la puerta y la abrió de un portazo. Shannon no estaba en su puesto. El noble se dirigió hacia Claudia y le aferró del brazo para sacarla del cuarto. No miró al amante. El barón le arrastró por el pasillo hasta llegar a las escaleras principales. Y le susurró al oído con brusquedad: “No quiero que vuelvas a ver a ese plebeyo”. Bajaron la escalinata como si nada hubiera pasado. El padre de Claudia fue hacia la pareja con una sonrisa que le abarcaba toda la cara. Tenían que cerrar la fiesta con el último baile. Se pusieron en el centro de la sala, rodeados de las demás parejas. A lo lejos, Francesco les observaba. Sabía que Claudia acababa de ser encadenada, y no sabía qué hacer.

Cuando terminó la danza, Claudia se apartó de aquel hombre. Quería que nunca más le volviera a tocar, sólo su presencia la envenenaba. Cuando la sala se quedó vacía, Claudia se dirigió hacia Shannon, que se disculpó por no haber estado todo el rato vigilando la habitación. Pero para Claudia aquello era lo de menos. De repente le brotaron lágrimas que empaparon su cara blanca. Shannon se las iba a limpiar cuando apareció Francesco. Éste cogió el pañuelo de su tía y le secó las gotas a su amada. Esa fue la última vez que se vieron. Prometieron volver a verse aquella noche, después de arreglar las cosas con su padre, pero el destino es más oscuro.

Shannon se llevó a su ama a la habitación y Francesco salió a la calle. Allí fuera se encontró con Guy de Montague. El joven vio las intenciones del barón, así que desenvainó la espada. Guy retrocedió de un brinco. Tenía miedo, Francesco lo olía. Pero Guy no quería luchar. Simplemente se dedicó a informarle de que había mantenido una conversación con el padre de Claudia, y que nunca iba a permitir una unión entre ellos dos, así que ya podía hacer el viaje de vuelta a su casa. Pero Francesco no le creyó, e hizo bien. Conocía lo suficiente del señor de su tía como para saber que nunca haría algo que le hiciera sufrir a su hija. El joven dejó que el noble pensara que se lo había creído, y se marchó, esperando la hora de volver a ver a Claudia.

Mientras tanto, Guy de Montague subió a la habitación de su prometida y echó a la criada. Claudia se sobresaltó. No quería volver a verle. Intentó de manera amable que se fuera; el barón no tendría fuerza como para luchar contra Francesco, pero sí para obligar a Claudia a estarse quieta. Éste le comenzó a decir que había estado con su amante, y que en realidad no le quería.

-¿Qué está diciendo? No confío en ti, no sé cómo puede pensar en que voy a creerle.
-Pues créame dulce dama. El dinero es más poderoso que el amor.
-¡No! ¡Él nunca aceptaría su dinero!
-¿Cómo puede estar tan segura? Sólo le conoce desde hace unas horas…

Claudia no podía creerlo. Giró bruscamente su cabeza y miró fijamente al suelo. Estaba furiosa. No quería creer que había sido traicionada, no quería pensar en que se tendría que casar con aquel hombre aborrecible. Volvió a levantar la cara hacia él. Francesco le había dicho que no se tenía que rendir, y menos por algo que quería; y ella quería a Francesco. Se acercó corriendo hacia el barón, que estaba al lado de la ventana y le empujó con todas sus fuerzas, pero no pudo ni echarle un paso hacia atrás. Tenía que descargar su furia de alguna manera. E hizo mal en dejar que sus impulsos la guiaran. El barón enrojeció de la ira que había logrado acumular durante aquella noche y le empujó a Claudia, que cayó por la ventana que estaba abierta.

No hubo grito. Sólo se oyó el agua del canal. Guy de Montague corrió escaleras abajo y salió al lateral de la mansión. Se dirigió hacia el bordillo, pero no la vio. Le entró miedo, así que decidió volver a entrar en la casa y meterse en la habitación de invitados que le había sido asignada. Se hizo el dormido, así nadie podría pensar que había estado con ella.

Dieron las dos de la madrugada y Francesco apareció en la casa. Pensó que todos estarían durmiendo, así que decidió escalar hasta el segundo piso en el que estaría Claudia esperándole. Dio la vuelta a la mansión y miró hacia arriba, frente a la enredadera de la pared que le ayudaría a subir. Pero de pronto, detrás de él, alguien grita. Una somnolienta señora estaba asomada al balcón de enfrente del ‘palazzo’ de los Chiavari. Francesco le pregunta sorprendido, pero la mujer sólo puede señalar hacia el agua del canal. Había un cuerpo flotando. Francesco, sin pensar en que su amada le aguardaba, se tiró al agua y recogió el cuerpo inmóvil. Estaba todo muy oscuro, así que no pudo ver a quién estaba rescatando.

Después de despejarse la cara, miró hacia la ventana de Claudia, pensó que con el alboroto tal vez se habría asomado. Volvió los ojos hacia la persona que llevaba en sus brazos y allí la vio, tendida en el suelo. Pálida y fría. Se quedó paralizado. En los ojos de ella ya no brillaba aquella pasión que tanto le había atado, su pecho ya no se movía y con el último latir de su corazón se había ido toda esperanza. Las lágrimas de él desaparecieron al irse con el agua que empapaba la cara de su difunto amor.


La puerta de la mansión se abrió, dejando salir al padre de Claudia y a Shannon. El padre, al ver a su hija tendida en el suelo, corrió hacia ella, se tropezó y cayó al suelo, pero se volvió a levantar y al final llegó hacia ella. Primero la contempló. Francesco la miraba. Entonces la besó por última vez y se levantó del suelo, dejándola en el regazo de su padre. Al principio iba lento, con la cabeza recta y la expresión seria. Luego cogió impulso y aceleró el paso. Al entrar en la casa, vio en el hall a ese asqueroso demonio que había matado a Claudia. Guy intentó defenderse de la ira de Francesco, pero cayó al suelo de espaldas. Francesco sacó las escapa dispuesto a matarle, pero su tía, Shannon, se adelantó a sus deseos y le agarró por el hombro. Le instó a que no le hiciera nada, que no sacaría nada con la venganza.

Francesco envainó la espada, le dio un beso en la mejilla a su tía y se dirigió hacia la puerta. Desde entonces, nadie le volvió a ver. Tal y como llegó, se fue.

martes, 27 de noviembre de 2007

~Gracias a esta ciudad~



Casi son tres, los años que he pasado aquí
en esta ciudad pequeña, pero acogedora.
He dejado a mis amigos y a mi familia allí,
ciudad en la que he vivido durante veinte años.

Pero todos están bien,

mi familia, amigos y ciudad.
Todo cambia sin que yo lo vea,
pero no pasa nada, no los olvido.

Esta ciudad era nueva para mí,
al igual que yo lo era para ella.
Con miedo tuve que aprender a no esconderme
de la gente que se abría a conocerme.
Y esto es lo mejor que he obtenido
en estos años de convivencia.

Echo de menos Bilbao
y todo lo que dejé allí,
pero el haber encontrado
un lugar en el que me hacen feliz
hace que mi pena no aumente.

Significa mucho para mí
esta vida que ha tomado un rumbo
en el que me enriquezco y mis sentimientos
aumentan y se reparten entre todos.

No me falta nada
tengo demasiado por compartir,
tanto, que mi interior
se queda pequeño.

Por eso expreso mi alegría y mis desdichas
a quienes quiero y necesito;
y cada rincón de esta ciudad me sirve para ello.

Pamplona no es sólo una ciudad,
con sus verdes parques y su clima peculiar,
sus calles amplias y sus rotondas,
sus monumetos y su gran Historia:
Pamplona es el cambio en mí, la novedad,
los nuevos encuentros y riqueza del corazón.
Pero sobre todo, Pamplona es la gente,
las personas que recuerdas cuando te vas,
las personas que dejan marca dentro de tí,
las personas que te ayudan y te piden socorro,
las personas que se dejan querer, las que ofrecen todo su ser.

Esta ciudad y su gente ya son parte de mi vida,
vida que se completa cada día.
Tienen un significado permanente y especial,
nunca los abandonaré y siempre los recordaré.








martes, 6 de noviembre de 2007

~Amatxiren eskuak~



Texto de Asier Barandiarán

El 10 de junio de 1973 se celebró en Oiartzun (Guipúzcoa) un homenaje a un bertsolari. A este acto fue invitado Xalbador, el pastor de Urepel (Baja Navarra). Cuando le tocó su turno, se acercó con solemnidad al micrófono. Su figura mostraba a un hombre sereno y rebosante de confianza. Don Juan Mari Lekuona fue el encargado de comunicarle el tema sobre el que debía cantar de un modo improvisado: “Xalbador, éste es tu tema, las manos de la abuela, “amatxiren eskuak”. Tras unos segundos de concentración empezó a cantar con una melodía suave y nostálgica:

Aizu, amona, aspaldian zu etorri zinen mundura,
ta zure baitan ibili duzu zonbait-zonbait arrangura;
nik ikustean begi xorrotxez zuk duzun esku zimurra,
laster mundutik joanen zarela etorzen zeraut beldurra.

Escucha abuela,
hace ya mucho tiempo que viniste al mundo,
y en tu interior has pasado muchas preocupaciones.
Al contemplar con mi fina mirada esas queridas manos arrugadas,
me viene un temor de que pronto tendrás que dejar este mundo.

Los oyentes no esperaban esta salida. Mirando a Xalbador podrían asegurar que no es un ejercicio de erudición y rima el de éste buen pastor. En su cara parecía vislumbrarse una añoranza de esa “amatxi”. Xalbador, sin cambiar el gesto grave y profundo de su rostro, canta su segundo bertso:

Beste amatxi asko ikusi izan ditut han-hemenka,
Jainkoa, otoi, ez dadiela gaukoan eni mendeka:
zure eskuak ez bitza, otoi, behin betiko esteka,
semeatxiak hain maite baitu esku horien pereka.

He visto en todo el mundo a otras muchas “amatxis”,
Señor, por favor, que me perdonen hoy lo que digo,
que tus manos, “amatxi” mía, no se agarroten nunca,
pues éste tu nieto tanto ama las caricias de esas manos arrugadas.

Cuando los oyentes todavía no se habían repuesto de la emoción, Xalbador lanzó al aire su tercer bertso:

Ene amatxik mundu guzian ba ote zuen berdinik?
Dudatzen nago hardu dukeen nehoiz atseginik;
orai eskuak ximurtu zaizko zainak hor dazura urdinik,
eta ez dago arritzekoa horrenbeste lan eginik.

Mi “amatxi” en todo el mundo ¿acaso tendría una igual?
estoy dudando de que alguna vez hubiese tomado un descanso,
ahora se le han envejecido las manos,
y sus venas azules las tiene ahí a la vista,
no es de extrañar... ¡tanta labor han hecho!

Xalbador con esa mirada suya perdida en el horizonte está viendo a su abuela trabajando, hilando la lana, cuidando la olla en el fuego, meciendo la cuna de su nieto, desgranando las mazorcas de maíz o las cuentas del rosario. Una abuela, con unas manos arrugadas, que fue la memoria de esa comunidad familiar.







miércoles, 24 de octubre de 2007

~Una sonrisa para cada uno~


Entonces llegué al mercado público de Santo Domingo. Me había pasado horas buscando a una niña pequeña que se había perdido en la parte vieja de Pamplona. No creía que fuera a estar allí, pero no me quedaban muchos sitios donde mirar.



Entré por la parte de atrás del edificio, no sé por qué, pero tenía el presentimiento de que era por allí por donde tenía que empezar la búsqueda. Nada más entrar por la puerta de cristal, me encontré una pequeña tienda de flores. La dependienta era joven y resultó ser muy simpática. Me había introducido en el mercado con un poco de miedo, o más bien de vergüenza, porque tendría que hablar con la gente para averiguar si la pequeña había estado por allí. Al principio, la chica parecía que no tenía mucho trabajo, pero de repente le reclamaron unos cuantos clientes. Apareció una niña de siete años junto con su hermana de cuatro, pero ninguna de las dos era la que yo estaba buscando. La mayor era muy mona, llevaba un billete de diez euros porque quería comprar una rosa para su madre. Me entretuve hablando con ella mientras la florista terminaba de atender a una pareja de ancianos. Al final me tuve que ir, porque, aunque estaba muy a gusto, se me estaba echando el tiempo encima y todavía no había encontrado a la niña.



Me alejé de allí y me dirigí hacia el resto de puestos del mercado. Seguía acalorada y estresada. Tenía muchas cosas que hacer y lo último que necesitaba era buscar a una niña traviesa que se escondía de mí. De pronto, la vi. Estaba enfrente de las escaleras que llevaban hacia la siguiente planta, mirando hacia arriba, como si estuviera pensando subir o no. Ella estaba de espaldas. Me acerqué hacia donde estaba, pero antes de que le cogiera de la mano, giró la cabeza y me miró. No era ella, me confundí. La pequeña era muy bonita. Se acercó el padre y le ayudó a subir las escaleras. Ella no dejó de mirarme. Le dije adiós con la mano y ella me respondió alegre.



La pequeña me alegró bastante. Y a pesar de que todavía no había encontrado a la niña que siempre tenía una sonrisa en la cara, dispuesta a regalártela; cada vez estaba menos agobiada. Sabía que estaba cerca de encontrarla. Fui hacia una frutería donde unas cinco chicas bastante simpáticas me ofrecieron una manzana. Fue raro, porque precisamente desde que entré en el mercado había dejado de sentirme débil. Pensé que la mujer me vio cara de estar agotada, y tal vez todavía me quedaba algo de aquella expresión de enfadada, seria y harta que tenía desde el comienzo de la mañana. Una de las muchachas de la frutería me dijo que no habían visto a ninguna niña sola por aquella parte del mercado, pero que tal vez la habían visto unos simpáticos carniceros del piso de arriba.



Subí las escaleras por donde la niña de antes intentaba caminar. En cuanto vi a los carniceros, supe que la frutera se refería a ellos. En el puesto estaban tres hombres y dos mujeres. Muy simpáticos, se pusieron a hablarme. Pasé un rato en aquel puesto de comida. Me lo estaba pasando tan bien con ellos, que se me pasó el tiempo volando y llegó la hora de cerrar. Me despedí y me dirigí hacia la puerta de salida.





El día ya estaba arreglado, ahora me encontraba mucho mejor. Después de todas las sonrisas y el buen trato que había recibido se me olvidó lo que estaba buscando. De repente me paré, intentando recordar. Me giré hacia un puesto vacío y allí la vi. Allí estaba la niña que buscaba y la cual se me había extraviado al principio del día. Estaba allí enfrente, reflejada en el espejo. Esa niña perdida era yo, estaba tan ocupada y agobiada por todas las cosas de las que me tenía que ocupar, que se me había olvidado descansar y no recordaba cómo era sonreír. La gente de aquel lugar hizo que mi rostro se transformara, que saliera lo mejor de mí, una capacidad que había perdido y que no descubría más que a unas cuantas personas. Aquella experiencia y aquellas personas me despertaron.



“Una sonrisa enriquece a quien la recibe sin empobrecer a quien la da”

miércoles, 17 de octubre de 2007

~Las mil fotos~

Ayer por la tarde me fui a la cafetería después de ir a trabajar en un centro en la facultad de derecho. Estaba tomando algo y hablando con un amigo, y de repente me llaman por teléfono y, cómo no, me trastocan los planes. Acepté aparecer en una pequeña escena de un trailer que se iba a hacer para una partida de rol en vivo. Me quitó bastante tiempo, y no pude hacer otras cosas que consideraba importantes, pero con tal de ayudar…, me daba igual; además me hacía ilusión aparecer en un vídeo, aunque fueran unos segundos. Ahora lo pienso y ojalá no pongan esa escena.

Pero sí puedo afirmar que fue una gran oportunidad para seguir mirando. Y más allí, al lado del edificio de Los Caídos. Una foto perfecta hubiera sido la de las fuentes en funcionamiento, mirando desde el gran edificio; aunque también mirándolo desde el lado contrario, por la calle de Carlos III, por la que anduve desde la parada de autobús hasta mi lugar de destino. Por el camino también me di cuenta de la cantidad de tiendas de zapatos que hay. Casi siempre que he ido por esa calle ha sido para mirar alguna tienda de ropa y para ir a alguna cafetería, pero ayer descubrí que hay más de lo que yo pensaba.

Llegué a los arcos que hay en la entrada del edificio, y lo primero que hice, aparte de saludar, fue ver lo bonito que era todo aquello. Había niños jugando, y gente sentada en los bancos. Pero lo que más me gustó fue el parque que hay enfrente. Los grandes árboles que devoran su entorno y, que a su vez, evitan los chorros largos que expulsan las fuentes, las escaleras que parecen sacadas de una película,…

Pero el trailer no se hizo allí en medio, sino al lado izquierdo del edificio. Por supuesto, la gente se quedaba mirando. Y lo más característico es que, en su mayoría, la gente era mayor, ancianos que pasaban por allí. Yo me tuve que poner en un lugar específico para pedir a la gente que no pasara por allí, porque estaban rodando un trailer. Y esa tarea era demasiado aburrida. De ahí que me fijara aún más en lo que tenía alrededor. Los arcos creaban formas en el espacio con las que fácilmente podías sacar una fotografía interesante. Pero la composición que más me gustó fue la del edificio en honor a “los caídos”, mirado desde un costado y desde abajo. Es difícil explicar cómo era la fotografía. Sólo se veía parte de la pared y la cúpula de ese color azul tan bonito, formando un contrapicado.

Por supuesto, las pocas escenas del trailer que hicieron podían ser fotografiadas perfectamente. Además, en éstas se veía cómo una chica iba quitándose del medio con una katana una serie de personajes oscuros. Todo iba como a cámara lenta, de ahí que las posiciones de lucha crearan formas bonitas para ser fotografiadas. Antes de que se hiciera de noche nos tuvimos que ir, y yo me dirigí en autobús, otra vez, hacia mi casa.

Y aquí estoy, escribiendo la reflexión de partes de mi día colgada a la cámara. Ahora mismo, una fotografía sería la de mí escribiendo en el portátil, pero entonces no podría hacerla yo, así que… a utilizar la imaginación, como con el resto de lo escrito.

Ahora que he tenido la oportunidad de saber cómo sería despertarse y ver mi cuarto con otros ojos; salir a la calle y fijarse en el camino de ida a la universidad, ver que ese camino que siempre haces es diferente cada vez que pasan los días, y que a su vez, aunque sea el mismo recorrido, la vuelta a casa cambia por completo…, me parece que es muy importante MIRAR y no sólo ver. Es como pedir que alguien te escuche y no, que sólo te oiga. Eso es lo que nuestro entorno nos pide, para eso está ahí, delante de nuestras narices y detrás; y quiere que lo miremos, que lo sintamos.

“Aun sin la cámara, mantén la mirada activada”

martes, 9 de octubre de 2007

~Kinderlianos vs. Marines Espaciales~

-¡Señor, señor! ¡Tengo algo muy urgente que contarle!
-Déjame ahora, por favor, que estoy muy ocupado.
-No señor, créame que no será tan importante como lo que le tengo que decir -insistió el acalorado muchacho.
-A ver, ¿qué ocurre ahora Mora?- el jefe cedió a lo que parecía que iban a llegar a ser súplicas.
-¡¡¡Nos invaden!!! -gritó el pequeño Mora, desencajándosele la mandíbula.
-¿Otra vez bromeando? -rió, para no mostrar su preocupación.
-¡¡No, no, no, no!! Es en serio señor, el mono loco Malvo lo está contando por todo el pueblo.
-¿Qué? ¿Y todo el mundo le hace caso? ¡Si está loco! –volvió a reír de manera descontrolada, aliviándose de la tensión que había acumulado su cuerpo en unos segundos.
-Esta vez no, señor. Malvo nos ha contado que esta mañana se ha ido al bosque a coger algunas ramas para hacer fuego en la chimenea, y que de repente oyó un ruido. Al principio pensó que había sido él, por haber pisado algo en el suelo que crujió. Pero pasó un rato y volvió a oír algo, eran dos personas que estaban hablando. Fue a acercarse para saludar a los que pensaba que eran sus amigos, pero pudo ver perfectamente que no eran como nosotros, los kinderlianos. Vestían con ropas muy oscuras, algo impensable en nuestro país, y llevaban calaveras en palos. Al principio pensó que eran caníbales, pero acto seguido se quitó la idea de la cabeza, ya que, ¿quién iba a querer comernos?
-Sí, sí… todo esto es muy interesante, pero ve al grano, por favor –empezó a irritarse Manolo.
-Pues les oyó decir que nosotros somos muy débiles y que para la próxima noche vendrían a por nosotros. Malvo pensó que igual querían darnos una sorpresa, que igual nos iban a recoger para dar una fiesta en su campamento…
-¿Qué campamento!- le cortó.
-Pues en el que están asentados, señor.
-¡No puede ser! Se lo debe de haber inventado.
-Le vuelo a repetir señor, que es cierto. Verdi, Blue y yo nos hemos asomado a la cima del monte Chocoleche y hemos comprobado que lo que el mono decía no era una locura.
-A ver, - suspiró lentamente- dime qué más vio ese mono portador de malas noticias.
-También ha dicho que se desilusionó cuando comprendió que esos hombres no estaban aquí para ser nuestros amigos y que por lo tanto no le invitarían a comer algo en la taberna. Creo que lo siguiente que dijo fue que iban a atacarnos para apoderarse de nuestras tierras, y que unos marcianos como nosotros no debían haber sido creados nunca.
-¿Marcianos! Pero, ¿qué se creen esos humanos feos? Nosotros los invadiremos a ellos, ¡es inadmisible la hospitalidad con esta clase de intrusos!
-¡Eso es, señor! ¿Así que le digo a todo el mundo nuestro plan?
-¡Sí, eso es, nuestro plan! Les derrotaremos.

Mora se dispuso a marchar en dirección contraria a la casa del jefe del poblado, pero se dio cuenta de una cosa:
-Perdone señor.
-¿Qué pasa? Estoy preparando mis escudos de goma.
-Es que, me dirigía a avisar a la gente del plan, pero… ¿cuál es el plan, señor?
-Cierto… Será mejor que primero convoques de mi parte una asamblea con Los Siete Valientes.
-Muy buena idea, señor. Dentro de una hora los tendrá esperando en su jardín.

Mora fue rápido hacia la aldea, ya que el jefe Manolo vivía más alejado de allí, para que los kinderlianos no le molestaran continuamente con preguntas, que tenían que resolver por sí solos, si lo que querían era avanzar a la par de los demás pueblos de Kinderlandia. Pero por el camino se encontró con algunos amigos y se quedó a hablar con ellos, se le hizo un cuarto de hora tarde, así que continuó en la búsqueda de Los Siete Valientes. Se volvió a parar media hora, ya que su madre le obligó a merendar. Salió de casa, y todavía tenía que encontrar a todos los integrantes del magnífico grupo de héroes, así que estiró de los pelos por tener siempre la virtud de no ser puntual, y todo lo rápido que pudo buscó por toda la aldea a los siete convocados.

Media hora más tarde se juntaron todos en el jardín del jefe Manolo. Estaban Astérix, Obélix y el Cantautor; Verdi, Vago, Mora y Cuernos de Acero. Escucharon las indicaciones que les dio Manolo y no hubo preguntas:
-¿Ha quedado todo claro?
-¡Sí! –gritaron al unísono.



Nada más terminar la reunión, Astérix llamó a las Fuerzas Aéreas Kinderlianas. Llegaron de inmediato. Tenían que unir fuerzas con el máximo número de habitantes de Kinderlandia. Cuernos de Acero fue a hacer estiramientos antes del ataque sorpresa, acompañado de los hombres del pueblo.
-Uno, dos, tres… ¿Ya está? ¿Así vais a combatir contra esos feos humanos? Haced diez flexiones más, camaradas.

Mientras tanto, el Cantautor practicaba con la banda el canto de guerra. Y Obélix fue directo a la tienda de Panorámix para ser rechazado por milésima vez, nunca bebería de la pócima mágica. Pero, ¿dónde estaban Verdi y Mora? Ah, sí… Ellos fueron a avisar a sus respectivas madres.



Al otro lado del valle, en el campo de entrenamiento de los Marines Espaciales, no se esperaban tan heroica maniobra por parte del diminuto pueblo. Pero no les costó mucho ponerse manos a la obra, y cubrir las almenas desgastadas del viejo castillo de las Princesas Sonrientes.



Ambos bandos se dispusieron en filas, detrás de los miembros del cuartel general. El capitán del pequeño pueblo kinderliano era el estupendo y más valiente de todos, el rey de la jungla, que no formaba parte de Los Siete Valientes, porque era aún mejor que ellos. El capitán Red-in estaba listo para cumplir el plan del jefe Manolo. Gastarían todas sus fuerzas y se quedarían sin energías antes de que los Marines Espaciales invadieran su territorio y se llevaran a sus mujeres e hijos.



En el otro bando, el cuartel general de los Marines Espaciales empezó a creer que el grupo de habitantes, al que creían débil, era más numeroso de lo estimado antes de llevar las tropas a aquel país. Sin embargo, la suerte estaba echada, los dados de la suerte auguraban un final inesperado, pero el mariscal Helbrech no se atragantó con futuros inciertos.
















La oca Ocarina dio el primer aviso, cantó y Los Siete Valientes, junto al capitán Red-in, fueron lentamente hasta el límite del valle e hicieron salir del bosque a los temidos Marines. Los cuatro hombres que encabezaban el pequeño ejército se descubrieron.
-¡Oh!, sí que son feos –susurró el Cantautor.
-Chisss… -le indicó Verdi que se callara, poniendo un dedo sobre la boca.
-Bueno -dijo el capitán Red-in-, creo que lo mejor en este caso será que vayamos todos a la taberna y os invitemos a algo de comer, estaréis hambrientos. Luego, si queréis, pelearemos por esta tierra tan agraciada y fértil.
-Me parece bien –dijo el mariscal Helbrech, frotándose la tripa cubierta por una armadura de ceramita-. Sí es verdad que tenemos ganas de comer algo, no probamos bocado desde esta mañana.
-Ya me parecía a mi, estáis muy flacos –interrumpió Obélix-. Los jabalíes de aquí os encantarán.
-Mmmm… Suena muy bien –exclamó el portaestandarte Klimt.



Y así fue. Todos los Marines Espaciales se reunieron a la noche con los aldeanos del pueblo Indomable, comieron, bebieron, cantaron y se olvidaron de la guerra por la conquista. Sin embargo, siempre recordarían aquella noche.


"Los pueblos pequeños con gran fortaleza"

martes, 2 de octubre de 2007

~Las arrugas del tiempo~

Nunca advertirás el significado de la vida que hay a tu alrededor, si ni tan siquiera entregas unos minutos de tu tiempo para abrir la mente y otorgar importancia a las cosas que aparecen delante de ti, y en las que muchas veces no te fijas.


Detente frente a algo que te llame la atención, no porque sea singular, sino por su belleza natural, porque no tiene nada en especial en comparación con el resto del escenario. Guarda su esencia en una jarra y ciérrala para conservar su aroma, su música, su tacto…


Si quieres puedes tomar una fotografía, o las que te hagan falta, para cumplir este cometido. Este encargo que recibes desde tus adentros, desde la punta de los pies, hasta la cabeza. Esta es la encargada de que muevas las manos soportando el peso de la cámara y la que hace posible que a través de tu mirada sientas la razón de tu primera inclinación hacia ese algo corriente, que se vuelve en algo especial.


Y ¡zas!, la primera imagen con significado propio te parece la más adecuada, no porque la hayas realizado ateniéndote a unas normas y técnicas, sino porque las ganas de conocer te han impulsado.



Su tez arrugada no delata su edad. A pesar de los pies cansados por el peso que ha soportado a lo largo de su vida, todavía se sostiene. Parece que el tiempo no hace mella en este anciano. Permanece siempre sentado a la espera de que sus recuerdos le invadan.
La infancia la pasó hace muchos años, pero todavía disfruta viendo cómo, cada tarde, los niños juegan a su alrededor. Sabe que esa etapa se termina rápido, pero no quiere quitarles la ilusión a esos pequeños duendes que gozan haciendo de las suyas. Prefiere permanecer callado para no romper la magia, aunque para cualquiera que se fije en él, el discurrir del tiempo se le hace muy presente.
Desde hace mucho que se sientan a su lado encantadores lectores que abrigan con su compañía a este solitario. Pero lo que más le emociona ver con sus profundos ojos rodeados de estrías es cómo crecen los demás, sin a penas notar su progresivo deterioro.







Su espalda cada vez está más encorvada, aunque su gran altura no le hace tanto daño como para destacar entre los mayores. Y como no a todos les sientan bien el transcurrir de los años, se nota el desgaste de sus músculos y su figura. La piel clara forma a veces un trenzado que es imposible no apreciarlo.



Gran parte de su cuerpo se oculta bajo el espeso pelo que recae sobre sus hombros. Pero no por eso va a dejar de mostrar su simpático rostro. A pesar de sus hendiduras en la piel, sigue utilizando los largos brazos para mecer a sus pequeños frutos que nunca le han abandonado. Da igual que sus extremidades se retuerzan y se estrechen, siempre ha tenido la voluntad de acogerlos y de guardar con ellos un lazo que les permite superar las tormentas y el sol abrasador.




Algunos de estos pequeños inquilinos no soportan llegar a ser diferentes. Les superan en edad a otros, pero eso no significa que su dorado color no sea digno de contrastar con el verde de su alrededor. Se secan antes de tiempo, pero su viveza resalta con el cielo gris que se apresura a derramar lágrimas.




La noche se abalanza sobre el vetusto, creando así luces y sombras, colores ambarinos sobre el fuerte azul del cielo que cubre a este abuelo. Pero hay algo que nadie llega a ver en él. Parece que está partido por la mitad, pero es un sólo cuerpo unido por heridas que han ido cicatrizando con el tiempo. Refleja una pérdida, algo que le hacía estar completo y que al perderlo le dejó una huella imborrable. Tal vez su soledad comenzó a partir de la separación de una compañera que formaba parte de él. De ahí la forma de su cuerpo, parece que alguien se cobijó en torno a él y marcó un hueco en su corazón.


La oscuridad se cierne sobre él y la corteza se vuelve rojiza a la sombra de las luces artificiales del parque. El viejo árbol sufre los constantes cambios que se filtran entre los ostentosos pliegues de su tronco, mientras los años fluyen como el agua que se escapa entre las rocas de un río. Pero él no se mueve, sigue impertérrito, como un guardián centenario dispuesto a proteger su santuario.




“Un gran árbol es como una gran historia a la que todavía le falta un final”